José de Moya, vecino de Jaén declaró, ante escribano, lo que sigue: el 25 de noviembre de 1768 ”en que se celebro la festividad de Sancta Catalina, patrona desta dicha ciudad, como entre cuatro y zinco de la mañana, yendo el otorgante acompañado de otros amigos hazia el convento de señor Santo Domingo, junto a el de Santa Úrsula [...] unos soldados del castillo de esta ciudad, que no conozio, tubieron cierta desazon y quimera con unos paisanos por haberlos estos estrechado, segun a oido decir, queriendoles quitar a dichos soldados una guitarra que llevaban y aberlos apedreado”. Fueron los soldados, muy airados, tras los paisanos “en su seguimiento y discurriendo ser el otorgante uno de ellos con un sable le dieron heridas en diferente sitio”.
El desventurado José de Moya se vio metido en una confusión de la que resultó maltrecho. O eso decía él, vayan ustedes a saber. No eran excepcionales estos episodios en las calles del Jaén de aquel tiempo. Además es cosa segura que cuando había pesadumbres entre soldados y jaques, y más con una guitarra por medio, solían ocurrir estos sucesos. Quizás habían trasegado unos y otros, con menos templanza de lo debido, buenos azumbres del de dos orejas.
Llegó la noticia al marqués de Acapulco que, como teniente de la Compañía del Castillo que era, mandó aherrojar a los soldados y, consta en la escritura, “les tiene presos en la fortaleza y torre que llaman de San Agustín con el mayor rigor”. Hubo sus más y sus menos hasta que el herido “como católico christiano, queriendo ymitar a Nuestro Redentor Jesucristo y Doctrina que nos enseño en el patíbulo de la Santa Cruz” perdonó a los soldados aunque éstos debían pagar los jornales perdidos y los gastos de médico y botica.
Con las primeras luces en los claustros de Santo Domingo y de Santa Úrsula se comentaría tan desastrada madrugada.
Ilustración: el Castillo de Jaén en una toma antigua. Boletín de la Real Cofradía de Santa Catalina de Alejandría, 2008, Jaén.