miércoles, 26 de enero de 2011

DESTERRADOS Y ROMÁNTICOS

Existe un romanticismo español alejado de lo pretencioso, ajeno al cartón piedra y a la naftalina. Es el de los liberales españoles desterrados de 1823. Alcalá Galiano finaliza sus memorias con su llegada a Inglaterra: "entrábamos a la par tristes y orgullosos en la dura vida del destierro" para "comer el pan salado ajeno".

Esta dignidad era recordada por Carlyle, y recogida por Ricardo García de Cortázar: "cada mañana en el frío ambiente primaveral, bajo cielos bien distintos a los suyos, podías ver a un grupo de cincuenta o cien majestuosas y trágicas figuras, orgullosamente envueltas por sus capas raídas, paseando por las amplias aceras de la plaza de Euston y la nueva iglesia de Saint Pancras". El dolor de España es muy anterior a los regeneracionistas y a los del 98.



domingo, 23 de enero de 2011

TAUROMAQUIA Y ASCÉTICA

Recuerdo hoy lo escrito por el conde de las Navas. Describía los quebraderos de cabeza padecidos por Felipe II. No los causaban, en este caso, las revueltas en Flandes o el recuerdo de las pesadumbres causadas por Don Carlos. Tampoco la falta de paga para los tercios. Le daba vueltas el Rey, ensimismado y a un lado los papeles, a la manera de explicar a Pío V las dificultades que se presentaban para prohibir los festejos taurinos.

Se justificaba Su Majestad:
"Que la bula no surtía sus efectos, por ser las corridas de toros una costumbre tan antigua que parecía estar en la sangre de los españoles, que no podían privarse de ella sin gran violencia".

Estas palabras del Rey me hacen recordar a san Juan de Ávila. No era, precisamente, partidario de tales festejos pues pensaba que correr toros podía ser hasta pecado mortal. Esta afirmación no le impedía recurrir a ciertos ejemplos inspirados en la tauromaquia para fundamentar sus escritos. Ahí estaba lo atávico, bien apalancado en los entresijos del Santo. Describía el alma cristiana como "herrada con la señal de Jesu Cristo" frente a las asechanzas del "lobo infernal". Excelente argumento, por comprensible, en un reino con tantos pastores. Además, avisaba a quien quisiera oirle, que era "costumbre del Señor, poner á los suyos en los cuernos del toro y esconderse Él" y que no había que desesperar en los aprietos.

También pedía el Beato fortaleza y bravura en la vida pues "agarrochados salen los buenos toros del cosso, que los floxos sanos se van. E assí el buen cristiano que de todas partes ha de tener garrochas". Así habla aquél que ha visto toros en la plaza y en el campo. Y muchos debió de ver Juan de Ávila pues fue hombre andariego.

Buen abecedario espiritual para todas las criaturas puestas ahí, en el mundo,"como una flaca ceniza delante de un viento".



miércoles, 19 de enero de 2011

SAN SEBASTIÁN Y LAS PESTES DE ANTAÑO

La devoción a san Sebastián está relacionada con el miedo a la peste. No es el único santo protector contra este mal pues también podemos recordar ,por su especial protección contra los contagios, a san Roque y a san Nicasio. Prueban este hecho las numerosas ermitas dedicadas a estos santos como consecuencia de votos solemnemente pronunciados. El agradecimiento por el final de una epidemia o el curarse en salud, sin ser incompatibles ambos fines, movian tales promesas.

La ciencia médica casi nada podía hacer. Pobre arbitrio era quemar hierbas aromáticas en las plazas para purificar el aire. Mejor mirar al cielo en busca de remedios divinos pues de los humanos poco se podía esperar. En el verano de 1599 llegaron a Jaén noticias de la existencia de casos de peste en Córdoba. El Cabildo municipal decidió cerrar todas las puertas de la ciudad excepto dos, la Puerta Barrera y la Puerta de Granada. Se mandó avisar a los mesones situados fuera de las murallas "que quiten las tablillas y no reciban de manera alguna huéspedes de gracia ni por dinero" hasta que se volviese a dar licencia por el gobierno municipal. Los mesoneros desobedientes recibirían doscientos azotes y serían enviados diez años a galeras. No era asunto para tomar a chacota. Casos hubo en los que se prohibió a los ermitaños dar hospedaje a viajeros. También decidieron los caballeros veinticuatro repartir un millar de sellos de cera y papel para salvoconductos. Los recibirían los labradores al salir, por las puertas citadas, camino de sus labores, y los tendrían que mostrar a la vuelta. Se advertía a los falsificadores que, de ser capturados, serían castigados con otros doscientos palos y dos años al remo.

El dato sobre las medidas tomadas en 1599 está tomado de Pedro de Jaén: "Papeles Viejos", en Senda de los Huertos, núms. 63-64. Sobre el culto a san Sebastián y otros santos protectores contra la peste en Jaén: Aponte Marín, A. y López Cordero, J.A., El miedo en Jaén, Jaén 2000.

miércoles, 12 de enero de 2011

LOS AHORROS DE DOS DONCELLAS DE 1714

Doña Francisca y doña Juana de Quesada eran unas doncellas de Jaén. Tenían ya unos años y, mirando por cada ochavo, siempre en esa línea incierta que separa la austeridad de la tacañería, consiguieron guardar un remanente de dinero. Las rentas de los juros, tantas veces devaluados, los réditos de un censo y los arrendamientos de una casa o de alguna fanega de tierra calma no daban para fundar mayorazgos pero sí para afrontar, bien aparejadas, una vejez siempre incierta. Poseían más de 10.000 reales en monedas de oro y plata. Tenían, además, especial estima a "treze pesos excelentes" segovianos que mantenían a buen recaudo "en un bolso bordado de plata con cordones de seda". Como los de las novelas de capa y espada. No eran, bien es verdad, unas tristes monedillas de vellón, mal cortadas, reselladas y envilecidas sino monedas de buena ley, conservadas con celo y algunas, acaso, heredadas.

Así pasaban sus años, sin grandes conmociones, cuando en la noche del 3 de mayo de 1714 entraron ladrones, según las dos doncellas contaron al escribano, "por las puertas de la calle de sus casas, a desora de noche, estando en el sosiego de su cama". Les robaron lo ahorrado tras tantos años. Real a real. La noticia debió de comentarse en corrillos y mentideros durante toda la temporada.

Bien armado el arzón, y espada ancha en el tahalí , la Justicia del Rey atravesó Despeñaperros. Preguntaron por posadas y caminos hasta llegar a la Corte. No fue mal descaminada la pesquisa pues en sus calles echaron el guante a los ladrones. Se llamaban María de Fuentes y Diego Fernández. Encontraron en poder de éste el bolso bordado, 28 doblones, un potro, cuatro escopetas y "diferentes galas de hombre y mujer y otras alajas y trastos". Del resto de lo robado no se dice nada.

viernes, 7 de enero de 2011

EL DUELISTA Y EL DESDÉN

El padre Juan Eusebio Nieremberg era jesuita e hijo de alemanes. Vivió en la Corte durante el reinado de Felipe IV. Era un religioso riguroso, sometido a grandes mortificaciones, y muy respetado. Además de contrario a los duelos. Partidario, incluso, de que la Inquisición procesase o, al menos, metiese miedo en el cuerpo y en el alma a los duelistas.

En su epistolario se conserva una carta enviada a un caballero desafiado. Entre los muchos argumentos utilizados para desautorizar estos lances, elogia el jesuita la conducta de cierto caballero de la Corte. Recibió éste un billete en el que se le convocaba a resolver unas cuestiones. A las seis de la mañana y en el campo del honor.

Añade Nieremberg que, tras conocer el requerimiento, el retado respondio: "por cosas de mayor importancia que irme a matar no suelo madrugar tanto". Tras esta declaración "estúvose muy de espacio en su cama, sin tener por este desprecio desta ley, tan observada del mundo, ni un dolor de cabeza, ni perder las ganas de comer, ni tampoco la honra" pues antes "fue aplaudida su respuesta" y el desafiador objeto de la mofa general.

Tal desdén no dejaba de tener consecuencias. Como la de no ingresar en alguna de las órdenes militares. En las informaciones tomadas sobre los aspirantes a un hábito se preguntaba a los testigos: "si saben si el dicho pretendiente ha sido retado, y si los testigos dijesen que lo ha sido, declaren si saben como y de que manera se salvó del reto, y como y de que manera lo saben". A esta pregunta se añadía otra relacionada, en gran medida como igual asunto: "si saben que el dicho pretendiente está infamado de caso grave, y feo, de tal manera, que su opinión está cargada entre los hombres hijosdalgo". Quizás las veneras tampoco le quitaban el sueño a anónimo personaje recordado por el jesuita.