jueves, 28 de abril de 2011

LA DESPEDIDA DEL PRÍNCIPE DE GALES

El nueve de septiembre de 1623 inició su retorno a Inglaterra el Príncipe de Gales, o de Walia, como decían los españoles del XVII. Se despidió de Felipe IV en la dehesa del Campillo, sobre un altozano llamado Mata Guadarrama, en El Escorial. Al llegar al lugar citado se apartaron Don Felipe y Don Carlos de sus séquitos y allí "sentados más de media hora conversaron. No se induce en que materia, porque lo arcano y sacro de los reyes, como dijo el Arcángel Rafael a Tobías, abscondere bonum est". Después se mandó erigir un trofeo en memoria de suceso. El tiempo, que no conoce de respetos humanos, regios o no, acabó por arruinarlo. 
Bien podemos considerar el pausado hablar del Austria y del Estuardo, ambos muy jóvenes todavía. Y suponer la reverente distancia mantenida por grandes y gentilhombres en la cercanía de los altos y ventisqueros de Guadarrama. Secretos, disimulo y cortesía a partes iguales. Me pregunto si en el invierno de 1649, próximo ya a tomar el camino del cadalso, el rey Carlos I recordaba, con la fugacidad de un fuego de luminarias, la luz velazqueña de aquel día de septiembre.

El dato aparece en: Andrés de Mendoza, Relación de la partida del Serenísimo Príncipe de Walia que fue nueve de septiembre de 1623, Imprenta de la viuda de Alonso Martínez, 1623. Conozco este obra gracias a la publicación que de ésta hizo Gregorio de Andrés en 1974.

domingo, 24 de abril de 2011

JIFEROS, CORTADORES Y OTRA GENTE DEL MATADERO


Eran unos tipos jaques, echados para adelante, comprendidos dentro de lo que se llamaba gente del trueno. Habituales de la madrugada y devotos del aguardiente a palo seco, se dedicaban al oficio de matar, cortar y pesar reses en rastros y carnicerías. Cultivaban un estilo bronco, con marcada afición por las palabras descompuestas y el vocerío. Juraban cien veces al día. Tenían poco aguante y menos paciencia. Esto explica que aparezcan con relativa frecuencia en los legajos de los escribanos acusados de ruidos, quimeras y pendencias. Estos espejos de ejemplar ciudadanía redondeaban sus salarios con trampas y fullerías. Sustraían o compraban, bajo cuerda, carnes que después vendían a precios superiores a los establecidos por la tasa. Con las deficiencias existentes en los abastos, pues los asentistas debían de ser también de cuidado, tenían la ganancia asegurada. Conozco, en este aspecto, datos referidos a Jaén. En 1639 su concejo advirtió a todos estos dependientes que serían multados con 10.000 maravedíes y expuestos a la vergüenza pública si cometían desafueros de este pelaje. Poco efecto tenían estos requerimientos pues siglo y medio después, por lo que he visto en los archivos, seguían con las mismas malas costumbres.

Lo anteriormente expuesto queda reflejado en un personaje singular: Alonso Sánchez, conocido en su gremio como El Goro. En 1767 fue denunciado por el diputado del Común y fue a parar, durante un tiempo, al calabozo. Es seguro que no empleó el retiro en la lectura del Emilio de Rousseau. Digo yo que, entre siesta y siesta, lo único que leería serían los naipes. Al ser tan necesario el arte del Goro para el bienestar público salió pronto en libertad, aunque bajo fianza de cárcel segura. Era de urgencia que acudiese a su oficio en tiempo de matanza. El Goro era único, el mejor de los pesadores.

martes, 19 de abril de 2011

UN DEVOCIONARIO PARA CABALLEROS

El padre Remigio Vilariño, de la Compañía de Jesús, escribió El caballero cristiano, cuando ya la Restauración entraba en sus años finales. Se trata de un devocionario destinado, como indica el título, a hombres de las clases medias y altas. integrados en un universo tradicionalista o conservador. Tuvo un enorme éxito en su tiempo y se reeditó en numerosas ocasiones. Uno de sus seguidores más asiduos fue don Antonio Maura. Cuadraba muy bien esta lectura con el retorno a lo caballeresco que está en el fondo del maurismo.

Entre las muchas recomendaciones que aparecen en la obra tomo varias al azar que indican bien su tono y estilo, así: "Es sumamente honroso y provechoso para el alma el ayudar a misa" y no se debe considerar oficio sólo de monaguillos "sino también de caballeros". O al tratar sobre el examen de conciencia ha de preguntarse el caballero cristiano: "¿has desafiado, has aceptado desafíos, o cooperado, asistido, intervenido en ellos". Y en la misma línea: "¿Has dado satisfacción y pedido perdón si ofendiste?". Todo esto está muy lejos de nuestro tiempo aunque, si se piensa, no han pasado tantos años. Hay asimismo consejos sobre las lecturas, conversaciones y posiciones a tomar ante las elecciones, también condenas del caciquismo, advertencias sobre los peligros del juego, el derroche, las murmuraciones de casino y las malas costumbres. Además, como es propio en una economía todavía centrada en el campo, recoge el libro oraciones para pedir buen tiempo y para evitar las enfermedades de los animales. En fin, una lectura muy útil para conocer las formas religiosas vigentes en España hasta el primer tercio del siglo XX.


Edición consultada: Remigio Vilariño, S. I., El caballero cristiano, Bilbao 1952.

domingo, 17 de abril de 2011

VARAS Y ESPADAS O EL DOMINGO DE RAMOS DE 1687

En 1687 los componentes del Cabildo municipal de Huelma, señorío del duque de Alburquerque, en el Reino de Jaén, declararon ante escribano que existía la costumbre en las ciudades, villas y lugares de su obispado que el Domingo de Ramos y el día de la Purificación de Nuestra Señora "estando en las yglesias en los oficios divinos, vayan a recibir las velas y palmas benditas de mano del preste que esta celebrando los oficios y que las justicias vayan con sus baras en las manos y las espadas en cinta a recibir velas y palmas y demas capitulares con sus espadas". No era costumbre bien aceptada por el clero. No tanto por pacifismo como por razones protocolarias. Cada cosa y cada persona tenía que estar en su sitio en aquella sociedad jerarquizada y orgánica. Por cuestiones aparentemente menores se promovían disputas, se empeñaban las partes en largos e inciertos pleitos y se fulminaban excomuniones. Ya tuvimos ocasión de hablar de los disgutos que provocaba lo de repartir velas en las solemnidades religiosas de aquellos tiempos.

Volviendo al caso de Huelma, en ese lejano 1687, el prior don Lorenzo de Molina dijo con claridad a la Justicia y Regimiento de la Villa "que si abian de tomar las velas abia de ser sin las baras de la Justicia y quitarles las espadas". Mal asunto. Además comunicó su postura mediante un recadero y "estando todo el Cabildo para entrar en la Iglesia", es decir, cuando estaba de punta en blanco. Para un español del siglo XVII, hidalgo o ahidalgado, dar este espectáculo ante todo un vecindario era una situación insufrible y grande el menoscabo de su autoridad si ejercía alcaldía u oficio público.

El dato sobre Huelma y otros aspectos más en: Ángel Aponte Marín, "Violencia, conflictividad social e instituciones en Huelma (1680-1700)", en Sumuntán, 1, 1991.

miércoles, 13 de abril de 2011

SERMONES Y PREDICADORES EN EL MADRID DE LA ILUSTRACIÓN

Las formas de devoción religiosa vigentes en el siglo XVIII poco habían cambiado respecto al siglo anterior. Puede fundamentar esta afirmación lo siguiente: entre el Miércoles de Ceniza y el Lunes de Pascua de 1769 se concertaron , sólo en Madrid, 1.835 sermones. Los predicadores "dispuestos a sembrar la Divina Palabra , para utilidad de las almas" eran sacerdotes, capellanes y religiosos de diferentes órdenes. La mayoría de los que subirían al púlpito eran frailes, unos 268 frente a 65 seculares. Los más numerosos fueron los franciscanos y los capuchinos. En ambos casos contaban con una gran presencia en los medios populares. Seguían, con menos oradores, los trinitarios, carmelitas, mercedarios, escolapios, afligidos, gilitos y agonizantes, entre otros. A la Villa y Corte llegaban, además, predicadores de los pueblos cercanos e incluso de alejados reinos y territorios de la Monarquía. Así se contaba con la presencia, en dicho año, del teólogo de Nueva España don Francisco Zalvide. El que más sermones tenía comprometidos, casi medio centenar y más de una intervención al día, era el sacerdote don Agustín de Villanueva. Ya de lejos, con dos docenas cada uno, fray Plácido Fontana y fray Gregorio Pérez, este último franciscano.

El horario para los sermones, según era costumbre y según conveniencia de cada parroquia y convento, se establecía a las diez de la mañana y, ya por la tarde, a las cuatro y a las seis y media. La convocatoria de las cuatro era la que más éxito tenía. Es un dato interesante sobre las costumbres de los españoles. Los días con más sermones eran el Jueves Santo y el Viernes Santo, en concreto con 135 y 91 respectivamente.

Asistían a estos actos religiosos representantes de las más altas instituciones, así el Consejo de Castilla acudía a San Gil, los alcaldes de Casa y Corte a Santa Cruz, el Cabildo municipal al Salvador, el Consejo de Inquisición a Santo Domingo el Real, los del Consejo de Indias a los carmelitas calzados, el de Órdenes a San Felipe Neri y los de Hacienda a San Cayetano. Quizás los de este Consejo, si el predicador se alargaba demasiado, cavilarían sobre la posibilidad de inventar nuevos arbitrios y sisas, sobre la manera de cargar más la renta del aguardiente o sobre posibles remedios para hacer de efectiva cobranza los repartimientos.

Los ilustrados, de espadín y casaca, con su religiosidad poco expresiva, un tanto aguafiestas y jansenista, debían de exasperarse con tanto ir y venir de frailes que ascendían resueltos a los púlpitos, dispuestos a que retumbasen las bóvedas si era necesario, capaces de crear, a su manera, opinión y de influir más que cien memorias e informes sobre las reformas de las costumbres.

Los datos sobre predicadores y sermones están tomados del trabajo de Francisco Aguilar Piñal: "Guía cuaresmal para la Villa y Corte en 1769", Instituto de Estudios Madrileños, X, 1974.

jueves, 7 de abril de 2011

TODA ESTA VIDA ES SUEÑO DE SOMBRA

Se curtió en la trágica contradicción de sus orígenes. Por su sangre no era como los demás y la mística realeza que corría por sus venas contrastaba con su ascendencia materna. Estaba más arriba que un Grande de Castilla pero cualquier hidalguillo, recién cobrada la refacción, podía espetarle que nadie era más que nadie. Y que puestos a decir verdades no todos venían de linaje de comediantes. Así estaban las cosas en la alucinada España del siglo XVII. Lo dicho, el mezquino acomodo en la Corte y la conciencia de su propia valía malgastada tenían que abocarle al desencanto. Era Su Alteza Don Juan José de Austria uno más de los muchos hombres tristes que deambularon sus penas por la Europa del Barroco. La épica y el desdén. Todo esto es, reconozcámoslo, muy Habsburgo. Y muy español.

Cuenta Jerónimo de Barrionuevo en 1660: " El señor don Juan de Austria queda en Aranjuez enfermo de peligro, y dice que el achaque son melancolías, que son lo mismo que deseos no cumplidos". Disimulo cortesano, calculado apartamiento..., ¡Qué más da! pues "toda esta vida es sueño de sombra".

Estas notas están escritas en recuerdo del nacimiento de Don Juan José de Austria, tal día como hoy del año de Nuestro Señor de 1629, dentro de la iniciativa del blog Reinado de Carlos II en su incansable labor dedicada al estudio y al mejor conocimiento de la Casa de Austria.



martes, 5 de abril de 2011

PERROS ANTIGUOS

Leo En los montes de La Mancha (1879) de José de Navarrete algunas noticias sobre perros que vivieron en el siglo XIX. Los conoció el autor en sus jornadas cinegéticas y da cuenta de sus nombres: Como tú, el Palomo, la Gacela, el Ronquillo, el Cojo de Antequera, animal de gran valor y conocimiento, Perico, el Terrible, Herodes, Arrogante, Bolera y Careto, entre otros. Creo que los perros ya no se llaman así.

Sus señas no carecen de interés, así Navarrete describe al podenco Perico como "cenceño, encerado y corbato, algo festoneado de las manos y zarco del ojo izquierdo" además de "resero y conejero tenaz; herido en un brazo y en una cadera". Herodes era "colorado, careto, rabón, gacho de una oreja, resero puro con especialidad de jabalíes". Se da el caso de que a Herodes se le arrancó un cochino que le asestó "dos cuchilladas en el brazo derecho". Debió de ser un trance comprometido.

A pesar de los costurones, del pan reseco y de no conocer los jerseys de punto, debieron de ser perros felices, de buen ánimo y privilegiados con su vida a la intemperie, allí en los montes donde la fortuna les deparaba aventuras, peligros y emociones. Y como recibir un nombre es derrotar al olvido, aunque sabemos que toda criatura paga al final su tributo al tiempo, aquí estamos nosotros recordándolos. Tengo por seguro que esto nunca lo pudieron imaginar, ni cuando ya eran viejos y pensaban en sus cosas junto a las ascuas de jaras y chaparros.

domingo, 3 de abril de 2011

LAS DIFERENCIAS DE DOS HORTELANOS O LAS COSAS DEL CAMPO


En 1780 dos hortelanos tuvieron cuestión y pendencia en las huertas del ruedo de Jaén. Se llamaba uno Juan Pulido y el otro José Barrales. Surgieron diferencias por el turno de riego, causa de muchas pesadumbres y rencores. Perdió Barrales la calma, se descompuso y llamó a Pulido "ruin hombre y revoltoso". Los de antes hablaban bien hasta en estas situaciones tan lamentables. No contesto con esto, Barrales pasó a la acción "dándole un atestón con el palo de la azada" con lo que "le venció en el suelo". El del suelo era Pulido, para que quede claro.

Bueno es este suceso para reflexionar sobre la naturaleza de la vida campesina de siglos pasados. Lejos estaban de este episodio Horacio y Virgilio, las palabras de Jovellanos y los Amigos del País, que tan bien escribían y tan buenas intenciones tenían. Es la otra cara del campo que siempre ha sido algo distinto a lo que han creído agraristas amateurs, pastorcillos de Versalles, fisiócratas de medio pelo y roussonianos de distinta naturaleza. Es decir, los que nunca han vivido ni trabajado en el campo. El estudioso de la Historia debe desconfiar de tópicos e idealizaciones. La Edad de Oro no ha existido nunca.

Algunas realidades del campo antiguo: bueyes que invaden sembrados, pleitos que acaban a arcabuzazos, talas ilegales, usurpaciones de tierras, miedo en el despoblado, cubil de lobos, yermo de los pecadores, salteadores de melonares, míseros jornales, astucia de arrendatarios, pedrisco, secas, noches al raso, heladas, pulgón y langosta, gorriones envalentonados. Y también estos dos hortelanos nada dispuestos a cederse el turno de riego, con el mango de la azada tras la espalda y levantado cada vez más la voz. La gente no vivía felicísima cuando la agricultura era la única fuente de riqueza.

Naturalmente no era sólo esto. También estaban los labradores honrados, los de las recias virtudes, los pilares de la Monarquía, en opinión de los agraristas con sustancia. Los que decían que del Rey abajo ninguno. Era verdad lo uno y lo otro.

Acabamos. Al parecer y afortunadamente lo de Barrales y Pulido no fue a más. El agua era ya, y es, un bien escaso. La paciencia también.