viernes, 27 de mayo de 2011

LANCETAS

Gregorio Marañón consideraba bárbara la costumbre de practicar sangrías. Y la lanceta era el instrumento para tal recurso. En los tiempos de Velázquez se podía adquirir una, con guarniciones de concha, por tres reales y medio. El cirujano giennense Jacinto de Arteaga tenía, según consta en una escritura notarial, de 1691, "un estuche de lancetas guarnecidas en plata y unas piedras de afilar y otras herramientas sacamuelas de dicho mi arte". Arte que no oficio mecánico. En esto Arteaga no admitía dudas. Lo de  las herramientas para sacar muelas no sugiere un trance especialmente grato. En otro lugar, pero para el caso es lo mismo, Lord Chesterfield aconsejaba a su hijo extremar la higiene dental para evitar, entre otros inconvenientes impropios para un caballero,  los horrorosos dolores  provocados por una dentadura en mal estado. Pero volvamos a España y a recordar precios, así una caja de cirujano costaba cinco reales y un real menos la de barbero. Los artilugios para darle sustancia al recado se pagaban aparte. Menguada inversión en cualquier caso. Otros asuntos a resolver eran los años de aprendizaje y conseguir las licencias del Real Protomedicato, dependiente del Consejo de Castilla, para ejercer en condiciones. Sobra indicar que no todos tenían las correspondientes patentes ni, menos todavía, intención de  ir a la Corte a intentar obtenerlas con exámenes de incierto resultado. No había que preocuparse demasiado pues, dada la falta de médicos, cirujanos y barberos, los cabildos municipales no eran muy estrictos en este negocio.

martes, 24 de mayo de 2011

UNA BULA CONTRA EL TABACO EN 1642

Tras la lectura de la última y espléndida entrada de Pinceladas de Historia Bejarana, he recordado la obra del jesuita Alonso de Quintadueñas dedicada a explicar una bula, concedida por Urbano VIII a petición del Deán y Cabildo de la Santa Iglesia Metropolitana de Sevilla en 1642, que trataba de prohibir el consumo de tabaco en las iglesias, patios y otras áreas dependientes de su jurisdicción. Motivó tal documento pontificio "la grave indecencia con que assi eclesiasticos, como seglares profanaban las Iglesias, Sacristias, Coros, y otros lugares sagrados con el uso del tabaco". Se tomaba por la nariz, se mascaba, se fumaba o se bebía disuelto en agua. Circulaba en el coro y habia constancia de "averse algunas veces visto a algunos tomar tabaco de humo en las Capillas de las Iglesias y aun llegar a encender el instrumento a las velas de los altares, y en estos celebrando o siendo Diaconos o subdiaconos". Se daba tambien fe de los malos hábitos de los dados al tabaco ensuciando altares, manteles, purificadores y vestiduras sagradas "haziendo en publico tan indezente accion". Perdidas estaban las paredes y en los suelos, por las inmundicias, "no ay donde hincarse de rodillas".

Por si fuera poco, el padre Quintadueñas arremetía sin piedad contra los habituados al tabaco asiduos de "lugares profanos e indignos" y de "corrillos de gente perdida" aunque, ¡ay!, reconocía que su uso se introducía poco a poco entre "alguna gente principal, y a sitios de autoridad, policia y religion". Otro inexcusable efecto del tabaco era el de los ruidos también indecentes provocados por sus adictos. Y además, por la bula en cuestión, los infractores pecaban mortalmente, expuestos a ir de cabeza a las calderas de Pedro Botero en un mal trance, o podían ser objeto de excomunión mayor, lo que suponía no poder impartir ni recibir los sacramentos. Observe el lector que no era cosa para reirse. A pesar de todo, la severidad de la disposición papal quedaba un tanto atenuada y se podía sacar la petaca u obsequiarse con rapé en oratorios privados, capillas de hospitales y cárceles, dependencias de sacerdotes , celdas de ermitaños, cámaras de sacristanes, ciertos campanarios y cementerios. Después, en algunos casos, se eximía de responsabilidad a los que usaban del tabaco en ciertas circunstancias. La casuística era muy variada. Por último piense el lector en las apasionadas deliberaciones que llevaron a pedir la bula a Roma, en las diferencias y pesadumbres previas, en los fumadores ocultos, semiclandestinos en escaleras de caracol, osarios y covachuelas.

viernes, 20 de mayo de 2011

AFICIÓN AL JUEGO Y CLÉRIGOS DEL SIGLO XVI

Entre los siglos XVI y XVIII Un elevado número de españoles recibió las órdenes sagradas. Hubo clérigos de la más variada condición. Desde santos a aventureros pasando por pícaros y gente que sencillamente buscaba un acomodo razonable para vivir. Muchos recibieron órdenes menores para beneficiarse del fuero eclesiástico y obtener así alguna rentilla, obligados por sus padres o por propia voluntad, tuviesen o no vocación religiosa. La intención reformadora de la Monarquía y de la propia Iglesia española era más que justificada y sincera. Ahí están, a modo de ejemplo, las biografías de Isabel de Castilla, Cisneros o santa Teresa de Jesús.

Entre las malas costumbres que se perseguían destaca la afición, tan extendida en aquellos años, al juego. Sirvan de muestra las Constituciones Sinodales de Córdoba, de 1521, que prohibían a todo clérigo "juegue ni publica ni ocultamente ni a los dados ni a las tablas ni a los naypes, ni esten presentes, ni assistan a los que juegan, ni les presten dinero ni otro precio ni cosa alguna para jugar, i tengan tableria en su casa donde otra gente se llegue". Entre otras penas los infractores se verían obligados a pagar 2.000 maravedíes, que no era poco, y dejarían de percibir "los frutos de sus beneficios y capellanías" hasta que no desmantelasen el tablaje de sus casas. El panorama de pagar una cuantiosa multa y, encima, sin cobrar un real era para cuestionarse la querencia al naipe. Otra cosa, que esto se permitía, era tener "algun poco de passatiempo" en juegos honestos y lícitos, siempre y cuando fuesen todos los participantes clérigos y no se adhiriese a la tertulia lego alguno "por el escandalo y mal ejemplo que dello se sigue".

miércoles, 18 de mayo de 2011

VESTIDOS DE GOLILLA


Me permito aportar un dato más sobre la mentalidad española de siglos pasados. Escribe un jesuita de mediados del XVIII: "Los toledanos andan vestidos de golilla, aun los zapateros y otros oficiales y sus mujeres andan con mantos de seda y creo que no hay ciudad en España, donde los concursos y procesiones sean con más lucimiento, sin mezcla de rústicos, capas pardas y polainas...usan aquellos de espadas y dagas muy lucidas y con las golillas y vestidos de nobleza o terciopelo, hay sastres que parecen títulos".

"Sastres que parecen títulos". Posible conversación de sastrería toledana, murciana, turolense o de cualquier parte del Reino: "se acabó la jornada señores, dejemos tijeras y bayetas, espere su encargo en buena hora el señor racionero y ciñamos la espada que vamos de procesión. El tiempo es oro, dicen, pero mañana será otro día. Y más largas serán la horas del purgatorio si no cumplimos como buenos". ¿Eran burgueses estos personajes?. No parece muy precisa esta calificación aunque los tópicos son muy cómodos.

Pedro Murillo Velarde SI, Geografía histórica, Madrid 1752. Citado por Manuel B. Cossío en su obra El Greco (1908)

sábado, 14 de mayo de 2011

GANAPANES

1649 fue año de peste. Leo una relación anónima de las calamidades padecidas en Sevilla. Junto a tantos muertos, desconsuelos y espantos, el desconocido autor dice: "vide a un abogado que auia sido juez lleuar un cuarto de carnero, i a mucha gente honrada cargada con las cosas necesarias, por que no auia de quien valerse". Así se hace constar como prueba irrefutable del desastre de los tiempos.

En aquella época la gente principal, o todo aquél que se tuviese por tal, no llevaba bajo el brazo ni el más liviano paquetillo. No era sólo por comodidad, que también, sino por aparecer ante el mundo con la compostura adecuada y mostrar cierta noble ociosidad. Se podía portar, sin asombro de nadie, muleta, vara de justicia, aderezo completo de espada y daga, un misal, un memorial o, incluso, una edición de Plutarco, pero no un carrueco, una talega o un azumbre de vino nuevo sin grave demérito de la estimación general. No digamos un cuarto de carnero, da igual si acecinado o exudando humores. Para estas servidumbres y otras mayores estaban los ganapanes. Recibían este nombre, según Covarrubias, "porque ganan el pan con excesivo cansancio, travaxo y sudor". Pero en esos días no quedaban ya pobretes de este cariz por las calles de Sevilla. Los más estaban en la huesa. Los transportaba la muerte sobre sus espaldas como los fardos que ellos habían llevado en vida. Lo que son las cosas. Otros estaban dando esquinazo a la Pálida siempre más astuta que los alguaciles del Número.

Y para terminar recordaré que en 1624 se daba cuenta, en el Cabildo municipal de Jaén, de la existencia de muchos pobres que decían "trabaxar en tercios, limpiar poços y otras cosas, hacen grandes daños y perjuicios a la republica, demás que han sucedido muchas muertes entre ellos".

La relación está en las Memorias de Sevilla, de autor anónimo, y editadas por Morales Padrón . La referencia a los pobres de Jaén se toma del artículo de Ángel Aponte Marín, "La picaresca en el Jaén del siglo XVII", publicado el 14 de mayo de 1989 en Diario Jaén.

domingo, 8 de mayo de 2011

AGUA DE SAN GREGORIO Y PLAGAS DE LANGOSTA

La langosta asoló los campos españoles en numerosas ocasiones. La insuficiencia de los medios humanos para combatir esta plaga obligaba a pedir la intercesión de los santos. Se recurría en estos aprietos al agua de san Gregorio Ostiense. Creo que esto se debe explicar.

En la villa de Sorlada, del Reino de Navarra, en pleno valle de Berrueza, se encuentra un santuario donde se custodia la cabeza de san Gregorio Ostiense. El agua, una vez que entraba en contacto con esta reliquia, mediante un sencillo procedimiento, se convertía en eficaz remedio contra la langosta y otras sabandijas como la oruga y el pulgón. También libraba de males al cuerpo y al alma. Tuvo el agua de san Gregorio un enorme prestigio en la España del Antiguo Régimen y, cuando las plagas apretaban, los concejos mandaban a buscar el remedio a Sorlada y allí acudían sus enviados, pasando mil trabajos y penalidades. Después volvían con unas garrafas de agua del Santo, imagino que selladas, y con los correspondientes certificados para evitar fraudes y embrollos de pícaros.

Tengo noticia de una ocasión en que la cabeza de San Gregorio recorrió España. No hay aquí prodigio ni milagro sino el efecto de una orden, dada en 14 de octubre de 1756 y emanada de la piedad de la Real Persona de Don Fernando VI. Ante una plaga generalizada de langosta, mandó el Rey que, desde el Santuario de Sorlada, cuatro cofrades de san Gregorio y un sirviente, condujesen la cabeza por distintas ciudades y pueblos, para que se pasase por la reliquia el agua que fuese menester. Un cofrade sería seglar y los tres restantes, para darle formalidad a la empresa, clérigos. El carruaje para el viaje lo pagaría la bolsa del Rey. Los gastos de alojamiento, manutención y limosnas, que debían ser moderados, quedarían a cargo de los pueblos donde parase la reliquia para alivio de los labradores. El Rey aseguraba que se compensarían estos gastos en las cuentas de propios y arbitrios. Este compromiso de reponer gastos quedaba un tanto en el aire, como era normal en estos casos. El periplo comenzaría por Teruel, para seguir por las diócesis de Valencia, Segorbe, Orihuela, Murcia, Guadix, Granada, Jaén, Málaga, Córdoba, Sevilla, provincia de Extremadura y La Mancha, para volver a Navarra por Valencia otra vez y por el camino más recto. Consideremos lo que era viajar en la España del XVIII para darnos cuenta de la naturaleza del encargo. Leguas y leguas, malas noches, jornadas largas, vadear ríos de fondos oscuros como boca de lobo y la entrada de la reliquia en los pueblos, bajo la luz de hachas y faroles. Es un suceso, además, que nos aleja de los tópicos al uso sobre el siglo de las luces. Los españoles actuaban y pensaban en estas circunstancias como sus lejanos abuelos medievales. Pero sigamos. Cuando los concejos contaban con el agua de san Gregorio se la daban a un clérigo para que desde un lugar a propósito, preferentemente un alto o una loma, bendijese los campos. Y después a esperar. Lo suyo era que la langosta desapareciese o, al menos, se mudase al pueblo de al lado y que allí se las arreglasen. Por supuesto, se guardaba una parte del agua por si volvía la plaga, lo que ocurría tarde o temprano. Como consecuencia de esta creencia se formulaban votos solemnes, con el compromiso de celebrar anualmente una fiesta por san Gregorio Ostiense, y a veces se erigían ermitas bajo su advocación, muchas de éstas todavía en pie.

Para saber más sobre plagas de langosta: Juan Antonio López Cordero y Ángel Aponte Marín, Un terror sobre Jaén: las plagas de langosta (siglos XVI-XX), Jaén 1993.

miércoles, 4 de mayo de 2011

SOBRE MEDALLAS Y DEVOCIONES DE SOLDADOS


Escribe Geoffrey Parker en su obra El ejército de Flandes y el Camino Español (1567-1659): "Los enemigos se sorprendían siempre ante las muchas efigies religiosas, crucifijos, Agnus Dei y otras reproduciones parecidas que llevaban los españoles muertos en combate". ¿Cómo eran estos crucifijos y medallas que movían la devoción del pica seca que sostenía al Imperio?. En Belfast se conservan, junto a otros restos, algunas medallas de los tripulantes y soldados de un galeón español, náufrago en las costas de Antrim, cuando lo de la Felicísima Armada. A pesar de su modestia imponen una honda emoción. Debían de ser como las que aparecen en una relación de 1627, que he podido consultar, y en la que se recogen diversos artículos de mercería, todos para uso de la gente corriente. Se mencionan medallas de latón, "de todas y mejores", entre 4 y 8 maravedíes, cruces de Caravaca, también de latón, a un real las grandes y a 24 maravedíes las pequeñas, además de varios tipos de rosarios: de "palo negro gordo", de "tabor", de huesos teñidos, de madera de granadillo y de frutilla que era, según leo en un diccionario viejo, "una especie de coquillos con los que se hacen rosarios". Y ya fuera de la devoción religiosa, los mercaderes de mercería vendían cada higa de azabache, para evitar aojamientos, "mediana, entre grande y bastardilla" a 24 maravedíes.

domingo, 1 de mayo de 2011

ESPRONCEDA EL DUELISTA

Políticos, militares y periodistas se batían en duelo con gran frecuencia. Fue una práctica muy extendida hasta la II República. Un ejemplo a recordar es el ocurrido en 1837 cuando el periodista moderado Andrés Borrego fue retado por el entonces político progresista Luis González Bravo. Borrego contó como padrinos con el coronel de Caballería Bienvenga y con el marqués de Viluma. Éste, por diversos achaques, cedió el padrinazgo a su hermano el conde de Cheste, asimismo coronel del Arma de Caballería. Representaban a González Bravo el conde de las Navas y José de Espronceda, ambos muy puntillosos e impetuosos. Por ser padrinos de la parte ofendida impusieron las condiciones del duelo, aceptadas con disgusto por los de Borrego. Sería a pistola y los duelistas avanzarían y dispararían hasta que uno de los dos quedase fuera de combate. Según un prontuario para duelos, de 1873, la modalidad elegida era la del "duelo marchando", especialmente peligrosa y, por tanto, adecuada para vengar ofensas muy graves.

Llegó el día y, una vez en el terreno, se descubrió que una de las pistolas no estaba en condiciones. Se tuvo que suspender el duelo. Luis González Bravo dijo, sospecho que con demasiada prisa, que por su parte ya estaba satisfecho y que se iba. Los padrinos de Borrego redactaron la correspondiente acta, cuyos terminos fueron considerados ofensivos por Espronceda que retó al conde de Cheste. En este nuevo duelo actuó como testigo único el general Ros de Olano y fue a sable ante las tapias del cementerio de San Martín. Cheste hirió en el pulgar derecho a Espronceda, esperando que el duelo concluyese con tal herida, pero éste, enfurecido, acometió a su oponente con furia. Vistas las cosas, Cheste le "descargó una tremenda cuchillada que dio con él en tierra rompiéndole la clavícula". Y aquí acabó el lance.

El conde de Cheste lamentó el suceso y partió, poco tiempo después, al sitio de Morella para combatir a los carlistas. Nunca perdió su afecto, fraternal según el marqués de Cabriñana, hacia Espronceda, su antiguo compañero en aquella "Partida del Trueno", romántica y apasionadamente liberal. Espronceda moriría en Madrid en 1842 cuando Cheste estaba en el exilio.

El suceso está tomado de la obra del marqués de Rozalejo, Cheste o todo un siglo (Madrid 1935), que a su vez refiere el suceso a partir de lo narrado por el marqués de Cabriñana en su obra Lances entre caballeros. El manual para estos lances que he consultado es: Carthago, El duelo ó desafio y sus reglas, Sucesores de Rivadeneyra, Madrid 1873.