domingo, 30 de octubre de 2011

MÁS SOBRE LAS ÁNIMAS DEL PURGATORIO

No eran como los fantasmas de los relatos victorianos que parecían dar bandazos, sin saber muy bien la razón, asustando a institutrices de buena familia venida a menos y a jardineros de pocas palabras. Las ánimas del Purgatorio, a diferencia de los espectros al uso, que esperaban al final de la escalera, resultaban perfectamente explicables para el labrador más sencillo. Su existencia no estaba bajo lo más terrorífico que siempre es lo absurdo. Aparecían, además, representadas aquí y allá en pinturas, a veces en lienzos bien grandes, colgados en muchas iglesias. También en estampas baratas que se colocaban en los dormitorios junto a los escapularios de la Virgen del Carmen. La devociones que podían facilitar su salvación se encauzaban a través de cofradías muy activas. Las ánimas del Purgatorio, sin embargo, daban miedo, producían asombro, que así se se llamaba al espanto en los siglos XVI y XVII. Hay testimonios literarios al respecto. En La dama boba, de Lope de Vega, aparece una mujer que afirmaba tener miedo hasta de las ánimas pintadas en los cuadros y que "la noche de difuntos/no saco de puro miedo la cabeza de la ropa". Ruidos inexplicables y hechos insólitos se atribuían a las ánimas, de igual manera que a los duendes, que no todos eran celtas como muchos piensan. Si a uno le tocaba pasar por este apuro, el de encontrarse con una de ellas, lo reglamentario era, según se decía, pronunciar con la mayor presencia de ánimo:  "si eres alma del otro mundo, dime a lo que vienes y lo que quieres". Buscaban, las pobres, llamar la atención de los vivos en busca de sufragios.También un valedor para cumplir una promesa pendiente. Bien se ve que la gente antigua hacia honor a su palabra hasta después de muerta. Lo tenían a gala. Las ánimas daban miedo, es verdad, y también daban pena.

miércoles, 26 de octubre de 2011

REFUGIADO EN SAGRADO

Diego de Moya, tabernero de Jaén en el reinado de Carlos III, recibió un día la visita de unos dependientes del Cabildo municipal y le pidieron las medidas que utilizaba para despachar el vino. Al parecer los vasos estaban trucados y fueron destruidos por las autoridades concejiles. Le impusieron una multa de dos reales que, en honor a la verdad, no era gran cosa. Sin embargo Diego de Moya se enfrentó a los curiales, posiblemente jaleado por su clientela, no tenida por muy comedida,  y les dijo "apasionado[...] alguna cosas proposiciones no conducentes y perjudiciales a la Real Jurisdicción y los que la administran". En particular las palabras más gruesas fueron dedicadas al diputado del Común y el alguacil mayor que no debían de ser hombres de buen humor.  Pues bien, por este motivo fueron a prender al tabernero que, viéndolas venir, se escapó a gran velocidad, por unas calles de gran trasiego, y consiguió entrar en la iglesia de San Andrés. Allí estuvo unos días, contemplando la historiada reja de la Santa Capilla, hasta que, quizás no muy bien aconsejado, consiguió salir del templo. No eran tiempos buenos para los refugiados en sagrado. Como consecuencia de la política regalista, los Borbones trataron de reducir las inmunidades eclesiásticas. En septiembre de 1772 Carlos III había obtenido una bula que restringía el número de iglesias a las que podían acogerse los perseguidos. Finalmente el tabernero consiguió salir de su refugio y llegar hasta Granada. Y allí se quedó hasta que se serenaron los ánimos. Al final buscó testigos para que declarasen a su favor y se entregó a la Justicia de Jaén.  El asunto debió de quedar en nada. Pero los apuros fueron grandes.
                    La mujer de Diego de Moya, por los pesares sufridos, malogró su embarazo y perdió "una criatura con toda perfección", como consta en la correspondiente escritura notarial. Esto fue, en verdad, bien triste. 

domingo, 23 de octubre de 2011

BUENOS MODALES PARA UN DÍA DE LLUVIA

"Un caballero, en caso de lluvia, puede tener la gentileza de ofrecer su paraguas a una señora que se vaya mojando, respetándola y concretándose a responder a las preguntas de la dama...Lo más adecuado es cederles el paraguas y darles nuestra tarjeta (a las señoras) para que nos lo devuelvan por conducto de un criado".  
         Esto aconseja Sánchez Moreno en su Tratado práctico de etiqueta y distinción, (1928). Tal conducta sería hoy, inevitablemente incomprendida e incluso censurada. Como bien afirma Amando de Miguel, que recoge la cita en su libro Cien años de urbanidad (1991), ya no hay criados para llevar y traer paraguas. La actitud del varón, con respetuosa y silenciosa distancia, contestando sólo a lo que se le pregunta, tampoco es de estos tiempos. Silencio y distancia. Mejor eso que la tiranía de la espontaneidad y el dictado de la impertinencia. Era admirable esa capacidad de los antiguos: hacer más elegante lo cotidiano con la ayuda de un paraguas y un chaparrón.

viernes, 21 de octubre de 2011

SALAS DE ARMAS

Las salas de armas contaron con una gran aceptación entre nobles y hombres de clase media, de aficiones aristocráticas, en el siglo XIX. Algunas se mantuvieron hasta el primer tercio del XX para desaparecer después de la Guerra Civil. En cierta medida debían de tener mucho de club y de sociedad deportiva y eran una consecuencia de la reivindicación romántica de los valores caballerescos. También de los numerosos duelos que se producían entre militares, políticos y periodistas. Antonio Díaz Cañabate recordó la sala de armas a la que era asiduo en su juventud, regentada por don Ángel Lancho. Frecuentaba dicho lugar Carlos Arniches pues tenía afición a ver, serio y tétrico, como sus tres hijos practicaban con el florete, la espada o el sable. En una de sus obras, amarga y regeneracionista, La Señorita de Trevelez, aparece un personaje, don Gonzalo, que era instructor de esgrima. Escribió Díaz Cañabate: "Una sala de armas era en la ciudad moderna la puerta de escape al pasado. Al entrar en ella salíamos hacia el ideal, hacia lo inexistente. Nos dejábamos en la calle al hombre de hoy y nos transformábamos en el hombre que fue", y añade, "dadle a un rufián un guante y una espada y veréis como se ennoblece".
             Para conocer algunos detalles sobre lo que eran las salas de armas podemos recurrir a la obra de Antonio Álvarez García, oficial de Infantería y profesor de esgrima del Regimiento de Infantería de Córdoba, número 10, y del Regimiento de Infantería de la Reina. En 1887 publicó un libro titulado: Manual de Esgrima de espada y de Palo-Bastón, editado en Granada por la Imprenta de don Paulino V. Sabatel, calle Mesones 52. En el tratado se da cuenta de los efectos con los que debía contar una sala de armas en condiciones, a saber: 18 floretes, 18 sables de madera con guarnición de acero, una docena de sables de combate, otra de sables de vara de acebuche, olivo o fresno de un dedo de grueso, más o menos, con guarnición de baqueta, y sigue enumerando, seis espadas de taza con botón, seis dagas de taza también con botón, seis espadas "modernas" con botón, cuatro palos bastones de un grueso regular, cuatro petos "para dar lección" y otros cuatro "para tirar asaltos", guantes, manoplas y  zapatillas en abundancia. Recomendaba el autor disponer en el testero de la sala, en medio de un trofeo, mazas, ballestas, dagas de gavilanes, arcos y flechas, espadines y, entre otras armas, sables de infantería y caballería, para crear un ambiente marcial y medievalizante.
          

viernes, 14 de octubre de 2011

El ENSIMISMARSE DE LA SANTIDAD

La santidad tiene siempre sus misterios y no es fácil entenderla. Estudiar la vida de los santos del siglo XVI es ir de asombro en asombro. El franciscano san Pedro de Alcántara vivió en ese tiempo. Santa Teresa de Ávila, que lo conoció, dijo que "Era muy viejo y tan extremada su flaqueza que no parecía sino hecho de raíces de árboles". No era realmente hombre de tantos años cuando la Santa pudo verlo en Ávila, mediado el mes de agosto de 1560, sino que aparentaba setenta años cuando realmente tenía unos sesenta.  Aparte de las penitencias y mortificaciones propias de los religiosos y devotos de la época, llama la atención un rasgo de san Pedro de Alcántara. Me refiero a su hábito de ir ensimismado por la vida. Ángel de Badajoz en la Coronica de la prouincia de san Joseph de la religion de S. Francisco desde su fundacion asta el año 1584, dio cuenta de su no estar en el mundo hasta el punto de llevar la cabeza descalabrada. Era por golpearse con las puertas pues no reparaba en ellas dada su introspección. Si volvemos a santa Teresa, también dejó constancia de este rasgo del franciscano: "no alzava los ojos jamás, y ansí a las partes que de necesidad havía de ir no sabia, sino ivase tras los frailes; esto le acaecía por los caminos".  Había llegado a estar hasta tres años en una casa de la Orden "y no conocer fraile, si no era por la habla" pues no levantaba la mirada para verlos.  Reconocía el Santo que  "ya no se le dava más ver que no ver".

Tomo la cita de Ángel de Badajoz de la obra: Tiempo y vida de santa Teresa, de Efrén de la M. de Dios y de Otger Steggink, Madrid 1977.

martes, 11 de octubre de 2011

LA SEQUEDAD DE ESPAÑA



"-Pues dime, ¿qué concepto has hecho de España?.
 -No malo.
 -¿Luego bueno?.
 -Tampoco.
 -Según eso, ¿ni bueno ni malo?.
 -No digo eso.
 -Pues ¿qué?. ¿Agridulce?.
 -¿No te parece muy seca y que de ahí les viene a los españoles aquella su sequedad de condición y melancólica gravedad?.
(El Criticón, 2 ª parte, crisis III).


Sequedad de condición y melancólica gravedad. Así nos veían en el resto de Europa. No es el único testimonio sobre la seriedad de los españoles.  Hay, además, en este texto de Gracián una valiosa reflexión sobre el influjo del paisaje en el carácter de los pueblos. Se adelanta el jesuita a los mitos románticos. La Institución Libre de Enseñanza, las meditaciones de la Generación del 98 y, por supuesto, Ortega ahondarán en esta idea.  Pensar sobre el ser de España ha sido una tarea de siglos. Y sigue abierta.

viernes, 7 de octubre de 2011

EL CIRUJANO DE LEPANTO

Hizo lo que muchos españoles del siglo XVI y buscó la sombra de las banderas del Rey. Dionisio Daza Chacón, de treinta años y cirujano militar, tomó el camino de Flandes. Era el año 1543. Estuvo en el asedio de Landrecies a las órdenes del capitán don Pedro de Guzmán, abuelo del conde duque de Olivares. Demostró allí valor, conocimientos y habilidad pues fue llamado por el propio Emperador. Le quedó tiempo para prestar servicios en el hospital del Valenciennes y asombrar al propio Vesalio. Había estado éste poco acertado en la cura del maltrecho brazo del capitán Solís en 1544. Daza Chacón reparó con buen arte y mejor fortuna el estropicio. Volvió a Madrid pero, poco tiempo después, estaba de vuelta en Alemania, cuando la rendición de los protestantes en 1548. En ese año lo encontramos asistiendo a los enfermos de tifus exantemático en el hospital de Augsburgo para pasar al servicio del príncipe Maximiliano. Vuelve a España y, con tal hoja de servicios y sacrificios, gana una plaza de cirujano en el Hospital Real de Valladolid. En 1562 asistió al príncipe Don Carlos, de trabajosa y desastrada vida, cuando quedó descalabrado por una caída en Alcalá de Henares. Tenía el cirujano su vida resuelta cuando recordó el sonido de pífanos y cajas.  Hizo el equipaje y pasó a servir, bajo las órdenes de Don Juan de Austria, en las galeras reales. Participó en diversas acciones en el Mediterráneo, en la guerra de los moriscos y estuvo en Lepanto. Nada más y nada menos. Permaneció como cirujano en las galeras hasta 1573. Con sesenta años, repárese el dato, con sesenta años de entonces, volvió a Madrid para asistir a Felipe II. Llevaba, como si tal cosa, entre pecho y espalda, tres décadas de guerras. Se retiró en 1580, poco antes de la entrada del duque de Alba, hombre de su misma generación, en Portugal. Escribió una obra admirable, en opinión de Gregorio Marañón, Práctica y teórica de cirugía en romance y en latín. Siguió en su vida una máxima: "Cura del mismo modo a los pobres que a los ricos, y a los esclavos como  a los libres". Y así lo hizo pues pasó su vida profesional entre pobres soldados, desgraciados cobijados en hospitales, reyes, príncipes y galeotes. Todos iguales ante el dolor, las miserias humanas y la muerte. Bien merece ser recordado hoy, Dionisio Daza Chacón, día de la Virgen del Rosario y aniversario de la jornada de Lepanto.


Sobre Dionisio Daza Chacón escribió unas excelentes páginas Gregorio Marañón. De igual forma, excelente es el estudio de Francisco Guerra, Las heridas de guerra. Contribución de los cirujanos españoles en la evolución de su tratamiento, Universidad de Santander, 1981, que aporta los datos biográficos que aquí se citan.

domingo, 2 de octubre de 2011

MORATÍN O EL ESPANTO




Fue testigo de los sucesos acaecidos durante la Revolución. Escribió en su diario: "Tullerías, matanzas de los suizos; yo, espantado. Por la calle y ronda de San Antonio, cabezas en lanzas: espanto". Vio el traslado del Rey al Temple junto a toda la familia real. De allí saldría al cadalso Luis XVI. Añade: "Domingo. A las Tullerías: vi las habitaciones saqueadas; las estatuas del Luis XIV y Luis XV derruidas". Espanto y más espanto: eso decía, y era sincero. La vida puesta en almoneda y la sacralidad de los reyes destruida y arrastrada, simbólicamente y en el terrible trago de la guillotina. No era eso lo que había querido Moratín. Ilustrado, criatura, al fin y al cabo, del mundo que veía desaparecer.