miércoles, 28 de marzo de 2012

LO ARCAICO



Lo más antiguo ha pervivido en el monte hasta hace poco tiempo. El barón de Cortes en sus  Recuerdos de caza, de 1876, nos habla de los ojeadores que, provistos de "pitos de canilla de buitre y cornetas naturales que son enormes caracolas de mar", acompañaban a las escopetas blancas y negras en viejas partidas de caza. Silbar con canillas de buitre. No sería un sonido extraño a los bisontes de Altamira.

sábado, 24 de marzo de 2012

PATAS DE PALO

Chateaubriand en su Memorias de ultratumba recuerda, en los días previos a la Revolución, al reaccionario marqués de Trémargat, bretón y oficial de Marina, que con su pata de palo y sus insolencias "ganaba a muchos adversarios para su partido". Otro suceso, recogido en la misma obra, describe la visita del zar Alejandro al Hospital de los Inválidos en el París de 1814, donde pudo ver a muchos de sus antiguos vencedores en Austerlitz "silenciosos y sombríos", serios y solemnes pues "no se oía más que el ruido de la pata de palo en sus patios desiertos y en la iglesia desnuda". Cuenta Chateaubriand que el Zar "se emocionó ante el ruido que hacían estos valientes". Si recurrimos a ejemplos españoles, todos más viejos que los anteriores, podemos mencionar a un soldado que sirvió en la guerra de Granada, la de la rebelión de los moriscos, apellidado Vilches y al que llamaban Pie de palo. Era, según Diego Hurtado de Mendoza, "buen hombre de campo, plático de la tierra". Este campo que se menciona no es el de las labranzas sino el de la guerra y Pie de palo mandaba, como si fuese cosa fácil, cuatro compañías, con ochocientos soldados, y atajaba barrancos entre Lanjarón y Órgiva sin mayor inconveniente. En El sitio de Breda de Calderón aparece el marqués de Barlanzón con su pata de palo, tras haber perdido, en la jornada, la pierna de "una bolada" sin darle, además, demasiada importancia al suceso pues todavía le quedaban los brazos para menear las armas. Así es como debe ser un soldado, sin lloriqueos ni complejos. Barlanzón, además, tenía muy mala opinión de los luteranos. Otro ilustre usuario de la prótesis heroica fue el marino de guerra don Blas de Lezo, llamado por sus hombres, como es sabido, Mediohombre, pues era además manco y cojo. Fueron muchos los malos ratos que dio a los ingleses.

miércoles, 21 de marzo de 2012

DEHESEROS Y MAJOLEROS O GENTE DEL CAMPO ANTIGUO

En 1618 el Concejo de Pozoblanco nombró a veintisiete deheseros y a otros tantos majoleros "y que cada uno dellos en todo el tiempo que durase su judicatura puedan prender, los deheseros en la dehesa boyal y maxoleros en las obinas desta villa a todas las personas que hallaren delinquiendo y ganados contra las ordenanças desta villa". Sus funciones debían de centrarse en la guarda y conservación de los pastos, montes y tierras de labor frente a las infracciones más habituales como eran las roturaciones ilegales, los pastoreos fraudulentos y sin pagar derechos o arrendamientos, las alteraciones de lindes, el carboneo, las talas y otros aprovechamientos no autorizados o realizados fuera de la correspondiente temporada. No debían de ser estos majoleros y deheseros muy diferentes a los caballeros de la sierra que aparecen en las ordenanzas de otros municipios. El número de infractores era muy elevado ya que las multas financiaban, casi en su totalidad, los gastos del mencionado concejo en 1622. Y esto después de deducir un porcentaje que se entregaba a los denunciantes como recompensa e incentivo. Perseguir por los campos a pastores, colmeneros, conejeros, furtivos, carboneros y demás serreños era obligación fatigosa. Lejos estaba el campo de ser un remanso de paz con tanta celada, fuga y marrullería. Por cierto, la palabra majolero no aparece en los diccionarios antiguos que he podido consultar. En cambio sí se conserva en la toponimia de las sierras del sur de Jaén, quizás referida al espino albar que florece ahora en marzo y que era tan del gusto de los trovadores.

La referencia en Archivo Municipal de Pozoblanco, legajo 1, 1618.

domingo, 18 de marzo de 2012

1812 O EL ANUNCIO DE LOS NUEVOS TIEMPOS

"Amaneció el día 2 de mayo, tan célebre en los anales de la nación española. Estaba yo vistiéndome para salir a la calle con la inquietud natural en aquellas horas, cuando entró azorada mi madre. Y sólo me dijo estas palabras: Ya ha empezado". (Antonio Alcalá Galiano,  Memorias, 1789-1865)

Era el momento, un mundo se había desplomado. No eran tiempos para tolerar el despotismo ya fuese ilustrado, iletrado o bonapartista, viniese el dispongo, ordeno y mando de un secretario de Despacho de Fernando VI, de Godoy o de un prefecto del Intruso. Nuestros abuelos liberales comprendieron muy bien la esencia del problema y la expresaron con elegante simplicidad: "La Nación española es libre e independiente, y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona". Una nación o el paisaje y el paisanaje, el lentisco y la viña, el abrazo y la riña, el señorío y la llaneza, el despeñadero y el melonar, los toreros y los estudiantes, la era y el carnero, el brigadier y el jifero, los pícaros y los seminaristas, las curas del cirujano algebrista, la espada y el palo, los rancios y los currutacos, el reclinatorio y la botillería, las doncellas y las casadas, la nava y el raso, los canónigos y los filósofos, el escribano y el ganapán, el discreto y el loco, el marqués y el chispero, las beatas, las lavanderas y los arrieros que no dejaban de bregar. España. De allí venimos. Aquí, a mi modesto entender, reside la lección histórica de 1812.

viernes, 16 de marzo de 2012

MORTIFICACIONES Y AYUNOS DE FUMADORES Y GOLOSOS

Ahora que estamos en Cuaresma no desentona recordar que, en los siglos XVII y XVIII, los españoles plantearon enconados debates sobre si fumar o beber chocolate rompía el preceptivo ayuno. Se publicaron tratados muy concienzudos dedicados a esta cuestión, como el de León Pinelo, de 1636, titulado Cuestión moral si el chocolate quebranta el ayuno o el escrito por Tomás Hurtado,editado en Madrid pocos años después, Chocolate y tabaco. Ayuno eclesiástico y natural si éste le quebranta el chocolate; y el tabaco al natural para la Sagrada Comunión. La polémica al respecto no era fácil de cerrar ni de resolver. No era para menos pues el católico de a pie no quería verse en el Purgatorio por una jícara de más, ni en el comprometido trance de dar unas desmañadas y titubeantes explicaciones el día del Juicio Final por haber aceptado una ruin tagarnina o un cigarro de hila y contrabando. De mediados del siglo XVIII es la obra El ayuno reformado, según práctica de la primitiva Iglesia por los cinco breves de nuestro Santísimo Padre Benedicto XIV, de la que es autor fray José Vicente Díaz Bravo, carmelita observante. Aquí se precisan algunos aspectos. Así, afirmaba fray José  con rotundidad, el chocolate es alimento y no bebida aunque una jícara regular de una onza al día, pero no de más, no rompía el ayuno. Fortalecía su argumento con que era una práctica admitida incluso en Roma y fundamentada en pareceres de "hombres doctos  timoratos " de todo el clero español  entre los que se contaban arzobispos, obispos, religiosos y catedráticos de Vísperas, Prima y Cánones de la Universidad de Salamanca. Por "timoratos" entiendo que no eran de manga ancha y, por tanto, dados a la permisividad y a interpretaciones festivas de las normas. Además las señoras, así lo indicaba el autor, que estuviesen acostumbradas a tomarlo por la tarde podían dividir la onza en dos raciones, una matutina y otra vespertina, sin quebrantar el ayuno. No era esto lo ideal ni propio de santas pero, a fin de cuentas, justificaba tal licencia por ser el chocolate "alimento dominante" que "no se toma cuando el sugeto quiere, sino es siempre que quiere el chocolate".

domingo, 11 de marzo de 2012

LA GRAN AVENTURA DEL BRIGADIER DON PEDRO DE RIVERA, LA FRONTERA Y LOS COMANCHES


Don Pedro de Rivera nació en Antequera a finales del siglo XVII. Sentó plaza de soldado y pasó a Indias donde participó, con valor probado, en arriesgados lances y acciones de guerra contra corsarios ingleses y otra gente de cuidado. En 1713 era general de la Armada de Barlovento y gobernador de Taxcala entre 1711 y 1723, entre otros empleos y merecidas distinciones. En noviembre de 1724 inició un largo viaje por el norte de Méjico y el sur de los actuales Estados Unidos para inspeccionar los fuertes y presidios de la América septentrional española. La expedición tuvo una duración de tres años y nueve meses, recorrió a caballo casi 13.000 kilómetros. En su diario describió, con tanta sequedad militar como elegancia, fuentes, ríos, arroyos, flora, fauna, pueblos, minas, comunidades indias, misiones y guarniciones, redactó informes, escribió proyectos, denunció abusos y aconsejó reformas al marqués de Casa Fuerte, entonces virrey de Nueva España. Nada escapaba a su curiosidad de ilustrado de primera hora. Ni los olores del campo. Entre Santa Fe y El Paso pudo observar a los comanches y "habiéndome parecido ser singular esta nación, la puse en la descripción para su noticia". Dio cuenta de su vida nómada, de sus hábitos marciales e ignorado origen "porque siempre andan peregrinando y en forma de batalla, por tener guerra en todas las naciones, y así se acampan en cualquier paraje, armando sus tiendas de campaña que son de pieles de cíbolas, y las cargan unos perros grandes que crían para este efecto". Comerciaban con pieles y cautivaban a otros indios, siempre que fueran de poca edad "porque los grandes los matan". Llamó la atención del Brigadier su vestimenta que "en los hombres no pasa del ombligo y el de las mujeres no pasa de la rodilla". Después, a la vuelta de este gran aventura, don Pedro fue nombrado capitán general de Guatemala, donde residió. Imagino a don Pedro de Rivera, allí en la Capitanía,  desasosegado y nostálgico de los grandes espacios, mortificado por el obispo fray Pedro Pardo por cominerías de protocolo.

Brigadier Pedro de Rivera, Diario y derrotero de la visita a los presidios de América septentrional española (1724-1728), edición de Vito Alessio Robles, Algazara, Málaga 1993.

martes, 6 de marzo de 2012

EXTREMOS, OVEJAS Y VADOS PELIGROSOS

La Mesa Capitular de la Santa Iglesia Catedral de Jaén cobraba el diezmo de los ganados extremeños, o diezmo de los corderos, que pastaban en las dehesas de Vilches, Baños de la Encina, Andújar y Espeluy.  Pasar a extremos era conducir los ganados a los pastizales de invierno o de verano. El Cabildo de la Catedral también recaudaba la renta de los carneros por la que obtuvo en 1677 unos 270.000 maravedíes. Un pastor que seguro que sabía de estas cuestiones fue Miguel Soriano,  hijo de Miguel y de Martina,  natural de Calomarde, Obispado de Santa María de Albarracín. Tuvo este serrano un fin trágico pues, según el libro de enterramientos de la Parroquia de San Miguel de Vilches, en Jaén, "no testó por aberlo encontrado la Justicia desta villa ahogado en el río Guadarrizas thermino y jurisdiccion de esta villa". La desgracia debió de pasar al vadear el pastor el río, crecido con las lluvias propias de la estación. Fue el suceso en marzo de 1761, reinando en España Carlos III.

El dato del pastor aparece en: Ángel Aponte Marín, "Entre Sierra Morena y el Guadalquivir: caminantes y peripecias", en Senda de los Huertos, 55-56, 1999.

sábado, 3 de marzo de 2012

MILAGROSO Y LOS ALABARDEROS


Va de tauromaquia en la Restauración. El 26 de enero de 1878, en una de las dos funciones reales celebradas en Madrid, con motivo del casamiento de Alfonso XII con Doña María de las Mercedes de Orleans, el toro Milagroso, de Puente y López, antes de Aleas, acometió a las tres filas de alabarderos situados bajo el palco real. Éstos se defendieron de la res que lejos de huir al sentir los pinchazos "siguió metiendo la cabeza y aguantando lanzazos hasta que logró arrinconarlos", según refiere Leopoldo Vázquez. El cronista Paco Media-Luna en El toreo, correspondiente al día 27 de enero de 1878, dejó escrito que los alabarderos no abandonaron su puesto y lucharon "a brazo partido" aunque, por su parte, Milagroso hizo trizas sus alabardas y uniformes. No hubo mayores desgracias gracias al torero Felipe García que coleó, con valor y conocimiento, al toro. Previamente, según la citada publicación, otro toro de la ganadería de don Antonio Hernández, vecino de Madrid, derribó a un alguacil a caballo. Jinete y montura cayeron sobre unos desbarajustados alabarderos, siendo cosa de milagro que el corchete no quedase tristemente ensartado por las moharras. Después el mismo toro derribó y pisoteó a un poco afortunado caballero en plaza llamado don José de Laguardia. Consta que, muy quebrantado,"fue conducido en brazos de los pajes y oficiales de la Guardia Real a la enfermería".