jueves, 28 de junio de 2012

CAMPANILLAS DE BUFETE



Hablemos de las campanillas de bufete. Descansaban junto a los memoriales que demostraban remedios universales para los males de la Monarquía. O al lado de un tratado sobre diezmos y primicias en un olvidado abadengo. Daban también una nota alegre a la monotonía de los pleitos y contrastaban en su estridencia con la grave compostura de los hidalgos, fundadores de patronatos, capellanías y mayorazgos. Eran lo único alegre en la celda de los ascetas, con los santos y los demonios tras los cuarterones de la puerta, y en los despachos de los escribanos donde la astucia acechaba por los rincones. Su modesto repique era recurso obligado para llamar al criado, amodorrado y enredador, que no con descompuestas y villanas voces. Con elegancia las agitaban los largos dedos, como de muerto, de los que vivieron en aquellos tiempos. En las anochecidas de invierno las campanillas despedían reflejos de fuego fatuo a la luz de los velones. Los latoneros las vendían en 1627: "Cada campanilla de media naranja torneada con su cabillo, para encima de los bufetes, la mayor seys reales. La mediana cinco, la más pequeña cuatro reales". 

lunes, 25 de junio de 2012

CON UN BASTÓN DE JUNCO

ALFRED DE VIGNY


El conde de Cheste  recorría las calles de Barcelona en los convulsos días de la primavera de 1867. Derecho iba el Conde, Capitán General, vistiendo levita, cubierto con sombrero de copa alta y un bastón de junco en la mano. Afrontaba peligros ciertos y no perdía jamás la compostura. Nos imaginamos a Cheste, indolente con el junco en la mano. Sólo la dureza del gesto revelaría más al guerrero que al dandy. En Servidumbre y grandeza militar de Alfred de Vigny aparece un viejo oficial de las guerras napoleónicas, el capitán Renaud, apodado Bastón de Junco. Ese bastón, del que jamás se separaba, y en el que apoyaba su marcial cojera, había pertenecido a un jovencísimo oficial cuya muerte supuso para el capitán un calvario de escrúpulos de honor y de remordimiento. Con ese bastón como única defensa, el capitán encabezaba los ataques de los tiradores sin esgrimir la espada, hasta el último momento, cuando ya era necesario batirse cuerpo a cuerpo.

El dato sobre Cheste en la obra del marqués de Rozalejo, Cheste o todo un siglo, Madrid 1935.

miércoles, 20 de junio de 2012

CONJUROS CONTRA LA LANGOSTA


En 1620 hubo una gran plaga de langosta en Jaén. Decidió el Concejo llamar a un clérigo de Mula para que la conjurase. Era el licenciado Ascanio Talento considerado "un sacerdote de gran opinión, de letras y experimentado que con exorcismos ahuyenta la langosta". Mandaron a buscarlo y lo trajeron a Jaén. Si remoloneó o fue diligente para el viaje es algo que no consta en los archivos. Se presentó, al fin, Talento al Cabildo municipal para que los regidores pudieran preguntarle sobre sus métodos ya que no era conveniente hacer las cosas a la ligera. Era, culto lector, el XVII español. Las rentas concejiles a dos velas y la Dama de la Vela Verde, es decir, el Santo Oficio que hilaba muy fino en estos asuntos, si perder detalle. A ver si iban a acabar todos, así por las buenas, penitenciados y con un capirote en la cabeza. Al fin, tranquilizó el Licenciado a los caballeros veinticuatro pues afirmó que sólo recurría a oraciones, misas votivas y rogativas antes de salir al campo a conjurar la plaga, que no tuviesen cuidado pues nada había de ceremoniales raros ni extravagancias en su ministerio. Aseguraba, además, "que en los lugares do ha sido llamado mediante los dichos exorcismos retrocede de los frutos de la tierra continiendose en las dehesas y baldíos sin hacer daños y así confía en Nuestro Señor sucederá en esta tierra". Algún escéptico preguntó si langosta se moría o no, a lo que Talento dijo sin comprometerse nada: "esto, como todo, está en la voluntad de Dios cuando es servido consumirla". Ante esta respuesta, la verdad sea dicha, había que callarse. El licenciado Talento no ejercía gratis sus artes conjuratorias pues cobró sus honorarios. El mayordomo de propios que librar doscientas doblas de oro que fueron como doscientas puñaladas para la hacienda local.

Juan Antonio López Cordero y Ángel Aponte Marín: Un terror sobre Jaén. Las plagas de langosta. XVI-XX, Jaén 1993

miércoles, 13 de junio de 2012

EL GUARDAVÍAS


Ruinas del apeadero de San Julián cerca de Despeñaperros (Vilches, Jaén) 


El ferrocarril o la aparición de nuevos oficios. Uno de éstos era el de guardavías. Dickens escribió un relato de fantasmas titulado así, El guardavías. Precisamente una reciente entrada del excelente y muy erudito blog Obiter Dicta se centra en el accidente ferroviario sufrido por el autor inglés y que, probablemente, dio lugar a la inquietante desolación del citado cuento. El guardavías de este relato tenía su caseta en un lugar lóbrego, batido por el aire helado, donde siempre olía a tierra, muy adecuado para las apariciones de un espectro atormentado y agorero. Es muy recomendable lectura, más propia de noviembre o diciembre que de estos días de junio. Quizás para que no se dejasen impresionar por noches oscuras como boca de lobo o almas en pena, el oficio de guardavías era muy adecuado para tipos bragados y fogueados, como los soldados licenciados, según recomendaba don Mariano Matallana, experto en la materia del siglo XIX. Según Matallana el guardavías debía ser ágil, decidido y diligente. Su equipo debía constar de carabina y bayoneta, canana con pistones, petardos para señales, banderín encarnado con su funda, martillo, llave de dos bocas, aceitera, mechas variadas, tijeras, farol con cristales blanco y rojo, espuerta, pala, reglamento y partes, cartera y tintero. Para los avisos tenía que soplar con energía, pulmones y resistentes carrillos una trompa que, junto a todo lo enumerado, llevaría colgada de un cordón. Si no se utilizaba la trompa había que optar por el uso de la bocina. No tenían que acarrear toda esta impedimenta en sus rondas pues, de ser así más parecerían sherpas que modestos operarios del ferrocarril. Sí eran imprescindibles, en cualquier circunstancia, el martillo, la trompa, la carabina, los petardos, el banderín y el recado de escribir. Los petardos se colocaban en los rieles para avisar a los maquinistas de algún peligro o incidencia de consideración. El uniforme del guardavías podía ser de invierno o de verano. Sólo un detalle al respecto: en invierno llevaban gorra de gutapercha o cuero y en verano hongo de fieltro gris. El hongo combinado con todo el utillaje, la carabina y la bayoneta calada aportaría a estos operarios un curioso aspecto. Se les debía facilitar una vivienda en la que no podían despachar bebidas para evitar que montasen cantinas y timbas. Tampoco se les permitía criar reses aunque si cultivar una huerta y tener aves de corral.

Mariano Matallana, Cartilla de los guardavías en los ferro-carriles, Barcelona 1866

sábado, 9 de junio de 2012

EL CAPITÁN MANUEL ORDÓÑEZ MARCHA BAJO LAS ÁGUILAS DE NAPOLEÓN



MANUEL ORDÓÑEZ NACIÓ EN CÓRDOBA EN 1776. Fue un hombre arrastrado o seducido por los grandes azares de la Historia. Aventurero por voluntad o por las circunstancias, inició su carrera militar en el Regimiento de Infantería de Zamora en 1793. Al año siguiente era ya subteniente. Participó en las campañas de 1794 y 1795. En 1798 combatió contra los ingleses cuando éstos atacaron El Ferrol. En 1801 estuvo en la campaña de Portugal. Fue uno de los españoles que acompañó al marqués de la Romana a Dinamarca y estuvo en el asedio de Straldsun. Cuando se produjo la sublevación de Roskilde, al tener noticia las tropas del Marqués  que España se había levantado contra Bonaparte, fue hecho prisionero y conducido a Francia. Allí se alistó en el Regimiento José Napoleón en 1809 y tomó parte en las que Alfred de Vigny llamaba grandes guerras del Imperio. En 1812, ya capitán, fue enviado a Rusia y herido en Mojaïsk. Tras el desastre de esta invasión volvió a entrar en acción en las campañas de 1813 y 1814. Al ser derrotado Napoleón quedó en una complicada situación, dada su condición de extranjero en Francia. Tampoco era posible volver a España sin afrontar graves acusaciones. Ante estas perspectivas solicitó y obtuvo la nacionalidad francesa en febrero de 1815. Después fue nombrado Jefe del Batallón Colonial Extranjero. Sirvió a la Monarquía legítima francesa y en 1819 fue nombrado Caballero de la Orden de San Luis.


Los datos están tomados del estudio del comandante Paul Boppe, Los españoles en el ejército napoleónico, hay edición española, Málaga 1995, traducida por Alejandro Salafranca Vázquez.

martes, 5 de junio de 2012

TAUROMAQUIA E IMPUESTOS EN EL SIGLO XVII

UN ESPAÑOL EN LOS REINOS DE CASTILLA pagaba los servicios ordinario y extraordinario, alcabalas, el chapín de la Reina, los impuestos de millones, arbitrios municipales, sisas, diezmos, primicias, tercias, la bula de la Santa Cruzada, portazgos, censos y moneda forera. Y no está completa la lista. Los arrendadores de impuestos y ejecutores se abalanzaban sobre los pueblos como aquella langosta que señoreó los campos en 1620 o en 1672. Ni los toros se libraban de la voracidad de la Real Hacienda. En 1661 el Cabildo municipal de Jaén, ciudad arruinada, quebrada y quebrantada en aquellos años, escribió una carta a sus procuradores de Cortes. Pedía que no se cargasen con sisas los toros de lidia al ser ésta una "fiesta en que la república está tan interesada" y por constituir tal carga el medio para la segura desaparición de la tauromaquia para "gran desconsuelo de los vecinos". Es notorio que la afición debía de ser muy grande para que los regidores de Jaén, algunos de ellos probados caballeros en plaza, se dirigieran nada menos que a las Cortes. Preferible era que las sisas gravasen otros ramos. Sin épica las penalidades eran mucho más difíciles de sufrir.

viernes, 1 de junio de 2012

MÁS SOBRE AFEITES


LOPE DE RUEDA EN SU entremés Medora lanza una crítica muy acerba hacia el uso de maquillajes y afeites. Menciona a una mujer que: "nunca entiende sino enxabelgarse aquel rostro, enrojarse aquellos cabellos, polirse aquellas manos, que no parece muchas veces sino disfraz de carnestolendas". Indignación inútil, queja de tipos sombríos, además de batalla perdida ,como la Historia ha demostrado. Y mejor así. Era hábito, el de mejorar la propia apariencia, que venía de tiempos remotos. Caras no expuestas a la luz solar y manos cuidadas eran signos de señorío. Aparece, además, en la obra de dicho autor un personaje que, con cierto espíritu empresarial, pide favores "para poner una tienda de azeite, carbón y solimán". Modesto negocio de curiosas mercancías.