martes, 23 de diciembre de 2014

POR LAS CALLES TRAS LA MISA DEL GALLO

A diferencia de los alemanes, ingleses y escandinavos, los españoles hemos dado a los días navideños un tono más expansivo y ruidoso que hogareño. Mesonero Romanos, con su agudeza probada, consideraba "agitadas y borrascosas" las noches de Navidad en Madrid. El 24 de diciembre de 1830 bajo el despotismo, nada ilustrado, de Fernando VII se anunció, en el Diario de avisos de Madrid, que "a fin de contener los desórdenes que puedan acontecer en la noche de este día, en que con motivo de la  concurrencia a la misa del gallo giran por las calles a deshoras de ella muchas gentes, se encarga a los comandantes de patrullas el mejor desempeño en su encargo, a los puestos de guardia de la plaza y de prevención la mayor vigilancia, teniendo pronto sus cuartos para tomar las armas a cualquier evento, y destacando patrullas que recorran sus recintos, a cuyo fin serán reforzadas las últimas.".  Debía de ser una maravilla ver a legiones de madrileños noctámbulos, entre cantos y alborotos, en un continuo girar por las calles para fastidio de los serviles. No faltaban las fiestas familiares, como a la que asistió Mesonero Romanos -mencionada en Memorias de un setentón, natural y vecino de Madrid- el 26 de diciembre de 1817. En esa ocasión, "a la media noche, y en lo más animado de la fiesta", apareció un alcalde de Casa y Corte  con casaca, bastón y sombrero, acompañado por la ronda y alumbrado con una linterna. Tras cuadrarse, en medio de la sala, dijo: "señores, es preciso que inmediatamente cese esta reunión. La Reina nuestra señora (y se quitó reverentemente el sombrero) acaba de expirar al dar a luz una infanta, que ha resultado muerta también". Eso era ser solemne.

Felices Pascuas para todos los lectores de  Retablo de la Vida Antigua.

domingo, 21 de diciembre de 2014

UN REINO DE PASTORES

Obligado era que los españoles de siglos pasados comprendiesen y viviesen con unción el misterio del Nacimiento de Nuestro Señor. Era España reino de pastores y hermanarían a los zagalejos que acudieron a agasajar a Cristo en su pesebre, entre hielos y rigores, con  los que cuidaban puntas y hatos de ganado en ejidos y dehesas de los concejos. Sobre esta idea hago unas reflexiones en mi último artículo en Neupic. Espero que sea del interés de los selectos e ilustrados lectores de Retablo de la Vida Antigua.

sábado, 13 de diciembre de 2014

EL DÍA DE SANTA LUCÍA


http://hermandadsantalucia.com/puerta-de-arenas-2/
El día de santa Lucía es el más corto del año. Eso decían los antiguos. No les faltaba razón si consideramos que tal afirmación procede de tiempos anteriores al calendario gregoriano de manera que, hasta 1582, el solsticio de invierno se producía hacia el 13 de diciembre. Santa Lucía, atenta custodia de la luz, protege contra los males de la vista. Exvotos que representan ojos, de factura muy arcaica, permanecen prendidos en las imágenes de la Santa, en ermitas perdidas, nostálgicas de votos ya olvidados. En Campillo de Arenas, un pueblo de Jaén, hay una ermita dedicada a la Santa en el paraje de la ilustración adjunta. Se erigió en fecha tardía -1857- aunque antes hubo una hornacina que albergaba su imagen. La tradición afirma que castigó con la ceguera a unos bandidos que habían tiroteado una estampa de la Virgen. En Madrid, a inicios del XIX, había fiestas muy concurridas en honor de santa Lucía en San Felipe el Real y en el Carmen Calzado. Es también buen día para ir al campo o, al menos y si es posible, lanzar una ojeada desde balcones y ventanas para tomar nota y comprobar, llegado el momento, si es verdad lo que dice el refrán: "si hiela en santa Lucía, en primavera habrá buenos días".

domingo, 30 de noviembre de 2014

PAN DE CONVENTO

La España del siglo XVI no sabía de refinamientos gastronómicos. Carnero y vaca, despojos, bacalao, cecial, una panilla de aceite, sardinas, pan y poco más. Más pobre todavía era la escudilla de los conventos reformados por santa Teresa. En sus cartas, avisos y admoniciones dio cuenta de algunas cuestiones relativas a alimentos, refectorios y cocina. Causa admiración que con condumios tan pobres se reformaran órdenes religiosas y se ganaran imperios. Sobre esto escribo en https://neupic.com/articles/la-cocina-de-santa-teresa

lunes, 24 de noviembre de 2014

LAS LLUVIAS DE 1626

Llovió con furia en España durante aquel invierno de 1626. En Sevilla comenzaron las aguas a arreciar por el día de san Antonio Abad y no pararon hasta el veinte de febrero. Se desbordó el Guadalquivir y anegó casas, atarazanas, templos y conventos. Causaron espanto el bramido de la corriente, las voces de alarma y el doblar de las campanas. Las calles parecían canales a lo veneciano. Gatos y ratones se refugiaron en los tejados dejando para mejor ocasión viejas desconfianzas y porfías. Se pronunciaron exorcismos contra los temporales. Fueron días de rogativas, plegarias y penitencias. También de muchas muertes y desgracias.

Escribo sobre el Año del Diluvio en https://neupic.com/articles/el-ano-del-diluvio

jueves, 13 de noviembre de 2014

LOBOS, CHOZOS Y CORRALES

El universo de pastores y serreños está repleto de matices, usos y detalles perdidos en el tiempo. Éstos dan fe de un mundo extinguido o del que apenas quedan algunas reliquias, arcaísmos que, azarosamente, han sobrevivido. Corrales, chozos y tinados erigidos en el monte son un buen exponente de lo anterior. Las ordenanzas municipales de Baños de la Encina en 1742* autorizaban la construcción de corrales de monte "no haviendo en la Sierra Morena otras defensas para defender los ganados menores de la imbasion de los lobos que continuamente los persiguen, y espezialmente en el tiempo de parideras". Se construían con "lentiscos, jaras, juagarzos, estepas, labiernagos, madroños". No debía de ser tarea ligera enfrentarse a los lobos, en corto y por derecho, con barreras tan modestas. De tales tragos proceden los romances de lobas pardas y perros valerosos, protegidos con hierros o carlancas. Para conservar el extenso patrimonio forestal del Concejo de Baños las Ordenanzas, con toda sensatez, ordenaban que la madera de los chaparros se cortase dejando "olivados y apostados los pies más principales de ellas". Olivar era una labor consistente en podar las ramas bajas de una mata -o "matocada" como dicen las citadas Ordenanzas- de encina o coscoja para que ésta adquiriese un porte arbóreo y una buena copa. También se daba licencia para labrar horcones de la misma madera para erigir chozos y tinados "para el recojimiento y albergue de los ganaderos y ganados".

*Tomo la cita de las Ordenanzas municipales de Baños de la Encina, estudiadas por Araque  y Gallego Simón. Fechadas en 1742.

jueves, 6 de noviembre de 2014

COCHES DEL MADRID ISABELINO



A finales del siglo XVIII Antonio Ponz admiraba la abundancia de coches de punto en Londres y París. No dudaba de la excelente acogida que tendría en Madrid la existencia de este transporte público que ahorraría grandes caminatas, incomodidades y penalidades de toda suerte a vecinos y transeúntes. A mediados del XIX había ya unos trescientos coches de uso público, de distintas características*. El viandante del Madrid isabelino los podía encontrar estacionados en la Puerta del Sol -desde la calle Carretas hasta la de Espoz y Mina- y en las plazas del Progreso, Santo Domingo, del Rey y de Isabel II. También en las calles de Alcalá y Fuencarral. En horario de espectáculos los coches de punto estaban situados en las inmediaciones de los teatros y en horas del paseo en las calles de Alcalá y Carrera de San Jerónimo, entradas del muy concurrido y mundano Salón del Prado. La carrera en un carruaje de un caballo, para una o dos personas, costaba cuatro reales durante el día, seis entre el anochecer y media noche y diez reales de las doce en adelante. Los coches también se podían alquilar por horas, de manera que durante el día la tarifa era, en los de hasta dos pasajeros, de ocho reales la primera hora y seis a partir de la segunda. Desde el anochecer al alba se encarecía el servicio hasta los 14 reales por hora. Los carruajes con dos caballos y cuatro asientos se acogían a los mismos criterios de tiempo y condiciones del servicio oscilando su tarifa entre los seis y los 16 reales. Estos vehículos no podían prestar sus servicios sin las oportunas licencias del corregidor de Madrid y estaban identificados con un número pintado en el testero y los faroles. En el interior debía estar expuesta, en lugar bien visible, la relación de precios y servicios así como los bandos vigentes que reglamentaban el transporte urbano. Para los más refinados o, sencillamente, para los que querían dar más empaque a sus desplazamientos había una amplia relación de coches de lujo, de uso también público, que se podían alquilar en distintos establecimientos de las calles Cedaceros, del Lobo, de los Trujillos, de los Negros y en la Plazuela del Rey. Había muchos tipos de carruajes: landós, tílburis, carretelas, berlinas, góndolas, calesas, omnibús y tartanas.

*Los datos en: Apéndice al manual de la Provincia de Madrid, noticia de los carruajes para el servicio interior de la capital, y tarifa de sus precios; trasportes para todas las carreras; entradas y salidas de diligencias, é itinerario de las mismas. Madrid, 1849

jueves, 30 de octubre de 2014

UN POEMA MACABRO DE GABRIEL Y GALÁN


                                                  QUÉ TENDRÁ?

                                                  Qué tendrá la hija
                                              del sepulturero
                           que con asco la miran los mozos,
                           que las mozas la miran con miedo?

                             Cuando llega el domingo a la plaza
                                          y está el bailoteo
                                          como el sol de alegre,
                                          vivo como el fuego,
                           no parece sino que una nube
                           se atraviesa delante del cielo;
                           no parece sino que se anuncia
                           que se acerca, que pasa un entierro...

                             Una ola de opacos rumores
                            sustituye al febril charloteo,
                            se cambian miradas
                            que expresan recelos,
                            el ritmo del baile
                            se torna más lento
                            y hasta los repiques
                            alegres y secos
                            de las castañuelas
                            callan un momento...

                        Un momento no más dura todo;
                            mas ¿que será aquello
                      que hasta falsas notas da la gaita
                             por hacer un gesto
                             con sus gruesos labios
                             el tamborilero?.

                      No hay memoria de amores manchados
                    porque nunca, a pesar de ser bellos,
                             <<buenos ojos tienes>>
                              le ha dicho un mancebo.

                      Y ella sigue desdenes rumiando,
                    y ella sigue rumiando desprecios,
                    pero siempre acercándose a todos,
                            siempre sonriendo,

                    presentándose en fiestas y bailes
                 y estrenando más ricos pañuelos...
                            ¿Qué tendrá la hija
                            del sepulturero?

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 


                            Me lo dijo un mozo:
                            <<¿Ve usted esos pañuelos?
                  Pues se cuenta que son de otras mozas...
                  ¡de otras mozas que están ya pudriendo!...>>
                  Y es verdad que paece que güelen,
                  que güelen a muerto...



( José María Gabriel y Galán, Nuevas Castellanas, 1905)


jueves, 23 de octubre de 2014

DE LAS OBLIGACIONES DE LOS REYES

En los cabildos municipales de las ciudades con voto en Cortes se hablaba, y mucho, de política. No faltaban graves asuntos sobre los que discurrir: los males de la Monarquía, la quiebra de las arcas reales, el estado de las cosas de Flandes e Italia, la pobreza, que era mucha, las lluvias que no llegaban y los pobres que se morían  por los caminos. Esta gavilla de pesadumbres lastraba como plomo las conciencias de los regidores. Y no siempre los confesores, a los que se les consultaba sobre cuestiones muy serias para el porvenir de la república, eran indulgentes. Hubo dominicos en Jaén que denunciaban desde los púlpitos -y muy claro- la insufrible presión fiscal, la carestía y la miseria de los más desgraciados. El pueblo no votaba pero hablaba, sin demasiados melindres, por las calles y en papeles puestos en las puertas de las iglesias. La censura y el descrédito podían recaer en sus dirigentes naturales y la dignidad de aquellos hidalgos, descendientes de tales, no casaba bien con ir escondiéndose, abochornado, por esquinas y zaguanes. No era la nobleza provinciana tan indolente ni tan despreocupada como muchas veces se ha dicho. Los caballeros veinticuatro giennenses, a veces, pronunciaban sentencias dignas de ser perpetuadas en mármol. Reflejaban reflexiones serenas, lecturas de escritos sobre el cuerpo enfermo de la Monarquía de España. Pensamientos precursores del reformismo dieciochesco y del regeneracionismo que eclosionará a finales del XIX.

En 1628 Alonso de Valenzuela afirmó, de manera pública y sin miramientos, que un buen rey debía ser "padre, pastor y médico" y que los monarcas estaban obligados a "curar las enfermedades de los vasallos y remediar las sus necesidades aunque sea a su propia costa". Habrá cambiado el vocabulario político, es verdad, mas no los deberes de los reyes .

La cita de don Alonso en mi libro, Reforma, decadencia y absolutismo. Jaén a inicios del reinado de Felipe IV, 1998.

jueves, 16 de octubre de 2014

NAPOLEÓN Y LOS FRAILES



La invasión de España en 1808 era parte de un viejo proyecto histórico encaminado a hacer de Francia la gran potencia continental europea, no bajo los criterios del absolutismo monárquico sino a partir de su reciente herencia revolucionaria. Napoleón, para esta empresa, partía de una determinada visión de España, heredada de los tópicos ilustrados dominantes en la Francia del XVIII, reforzada a su vez por la penosa actuación de la Familia Real y de una parte de las elites españolas del momento. La imagen de una España atrasada, cerril, dominada por el oscurantismo y la superstición había calado en Francia desde la gran derrota de la Casa de Austria y seguía vigente en los tiempos de Bonaparte. Éste trataba de legitimar su invasión mediante una supuesta voluntad regeneradora e incluso supuestamente civilizadora como bien se puede comprobar en sus proclamas. Este discurso contó con el suficiente crédito y aceptación entre los afrancesados más convencidos y era generalmente aceptado fuera de España.

Iniciada la guerra, los boletines* publicados por Napoleón, sobre sus campañas en España, son una buena fuente para comprobar la mencionada visión. También para constatar que Bonaparte era consciente de que  el nervio y la base ideológica de la resistencia contra su ocupación era sostenida por la beligerancia del clero. La conciencia nacional y moderna, defendida  por los liberales convivía, frente a un enemigo común, con el fundamento religioso, popular y tradicionalista sostenido por frailes y clérigos del más diverso rango. Los ejemplos, desde las guerras de la Convención, son abundantes. Napoleón no desconocía este hecho y sus boletines lo demuestran.

El 15 de diciembre de 1808, desde Burgos se da cuenta, en un boletín, de la captura de unos prisioneros que llevaban en sus uniformes unos botones con la inscripción "Al vencedor de Francia". Dice el comunicado francés: "en esta fanfarronada ridícula se reconocen a los compatriotas de Don Quijote". El 13 de diciembre de 1808, desde Burgos, se describía con sarcasmo la movilización de los estudiantes de Salamanca que pretendían invadir Francia; también se ridiculizaba a los campesinos, todos fanáticos, que aspiraban a saquear Bayona y Burdeos y que creían ser guiados "por todos los santos aparecidos a unos monjes impostores". Esta afición milagrera, atribuida por la propaganda francesa a los españoles, es mencionada también en el boletín -firmado en Aranda de Duero el 26 de noviembre de 1808- cuando se refiere a "los monjes impostores que han hecho hablar a la Virgen del Pilar y a los santos de Valladolid".

La Inquisición, naturalmente, representaba para la propaganda bonapartista el símbolo de la España mas rancia y tenebrosa así, en el comunicado antes mencionado, del 26 de noviembre, se afirmaba de manera radical: "El reino de la Inquisición ha terminado". Sus tribunales, decía, nunca más atormentarían Europa y "el bochornoso espectáculo de los autos de fe no se volvería a producir". El Santo Oficio había dejado de ser lo que era hacía ya mucho tiempo, pero tales tópicos eran, por su naturaleza, muy difíciles de erradicar además de ser considerados muy útiles para legitimar la ocupación francesa. El comunicado denunciaba, junto a lo anterior, la abierta y extraña alianza de Inglaterra, la Inquisición  y los franciscanos. En el boletín del primero de enero de 1809 se unen, a esta triple alianza, los nostálgicos del orden feudal. Floridablanca era caracterizado como "un vejestorio que reúne la anglomanía más ciega con la devoción más supersticiosa. Sus confidentes y y sus amigos son los monjes más fanáticos e ignorantes".

Los frailes españoles eran según los boletines napoleónicos, los peores de Europa. A diferencia de los religiosos alemanes, italianos y franceses -ejemplo de mansedumbre, docilidad y formación- la clerigalla española era, según el boletín del 28 de noviembre de 1808, la hez del pueblo, ignorante, crápula, comparable a los matarifes de las carnicerías, sólo influyente en la plebe más inmunda. Así, declaraba el boletín: "una casa burguesa sería deshonrada sentando a un monje en su mesa". En diciembre de 1808 se mencionaba al obispo de Santander "animado más por el espíritu del demonio que del espíritu del Evangelio"y, en otra ocasión, se le atribuía la costumbre de ir por el mundo armado con un sable. Napoleón.


*Los distintos números del Bulletin de l'armée d'Espagne, en Oeuvres de Napoléon Bonaparte, edición C.L.F. Panckoucke, tomo IV, 1821


jueves, 9 de octubre de 2014

LUCES DEL 98



La noche cuenta tanto como el día y cada época tiene su luz. La luz en el Madrid del 98 era la de los arcos voltaicos de la Estación de Mediodía, también la originada por las bombillas de señales en las vías férreas o la de las mariposas de corcho, navegando como buques perdidos en agua y aceite. La luz del 98 relumbraba, modestamente, en faroles de petróleo, velas, quinqués de petróleo de sube y baja, a veces con pantalla blanca. Las sombras de la Villa y Corte se rompían por las llamaradas de las chimeneas de la Fábrica del Gas de Madrid, del gas que alimentaba los mecheros de las calles, envueltos en fundas blancas con fosforescencias de fuego fatuo. Aceras vislumbradas por faroles de sereno en las madrugadas de aguardiente, bohemia e infamia, velas de cera y sebo, venerables velones de aire velazqueño y humildes candiles de hogares proletarios. Baroja  describió, con maestría, las luces lúgubres del Hospital General y las -tímidamente- frívolas de los escaparates modestos. También los farolillos de verbena o los que encendieron en la jura de Alfonso XIII,

miércoles, 1 de octubre de 2014

COSAS DEL CAMPO, DE ESPAÑOLES Y DE INGLESES



La relación de las élites españolas e inglesas con el campo ha sido distinta a lo largo de los últimos siglos. La naturaleza del medio físico, los cambios experimentados en la propiedad de la tierra, la explotación de ésta, la función social de la nobleza y su relación con la Corte, las buenas o malas comunicaciones, la inseguridad e incluso la propia comodidad e incomodidad -extrema a veces- de las casas pueden explicar el origen de esta diferencia. Sobre esta cuestión escribo en Nueva Revista.

jueves, 25 de septiembre de 2014

MR. HASELDEN Y LOS BANDOLEROS

Mr. Robert Bourke

El dos de julio de 1874 una partida de bandoleros secuestró al inglés Mr. Arthur Haseldine, don Arturo Haselden para los españoles. Era administrador de la Sociedad Especial Minera del Río Grande y también de la Centenillo Silver Lead Mines Company Ltd. Estas compañías explotaban los yacimientos de plomo de El Centenillo, al norte de la provincia de Jaén, en Sierra Morena. Viajaba Haselden a Linares, por obligaciones profesionales, acompañado por un capataz y muy de mañana. Al salir de El Centenillo  fue asaltado por cuatro facinerosos, armados con escopetas, y capturado. Lo condujeron a lo más hondo de Sierra Morena y, desde allí, sus captores exigieron un rescate de 50.000 libras en oro. Otras fuentes rebajan la cifra a 30.000 libras. Tengo sobradas dudas de que los bandidos tuvieran una idea precisa de la magnitud de tal suma. Una institutriz, por ejemplo, percibía a mediados del siglo XIX  un salario de unas cincuenta libras anuales. El secuestro fue minuciosamente organizado por medio de una compleja infraestructura. Los secuestros y extorsiones eran una rentable actividad en la caótica y disparatada España del Sexenio Revolucionario. Las hambres de 1868, las partidas carlistas y unas trabadas ligas de ladrones, bandidos de todo pelaje y contrabandistas hacían del campo español un espacio peligroso. Recuerde el lector que es la época en la que Zugasti fue enviado a Córdoba para combatir con mano de hierro un bandolerismo arraigado, crónico y muy organizado, capaz de imponerse al propio Estado. En el secuestro de Haselden participaron no menos de veinte individuos, algunos de ellos muy peligrosos. Sus apodos eran  Frasquito, El Zapatero, El Colorao, El Viseño, La Leona, Joseíco, El de Bolaños y El Moraleño, entre otros. No pocos eran naturales de pueblos de Ciudad Real, en las estribaciones de Sierra Morena. No todos eran delincuentes habituales o tipos marginales sino que entre ellos se contaba, como afirma  La Época, de 19 de agosto de ese año, personas "de alguna posición", un alcalde, de Huertezuelas, conocido como Antonio (a) El Herrero, un capitán y jefe de los escopeteros de Ciudad Real, serreños y algún guarda. Haselden sufrió un cautiverio de once días y fue puesto en libertad tras el pago de un rescate de 5.800 libras que fueron reunidas por familiares y amigos. Antes de ser liberado, eso sí, el jefe de la partida puso a su disposición un guía para que lo condujese de vuelta y le devolvió el reloj, que le había robado en el momento de su captura. Con una mezcla de majeza y chulería le dijo al inglés: "Tenga, porque no está bien que un caballero viaje sin dinero". Le entregó seis libras. Remató la fineza con un "le deseo buen viaje".
     No acabó aquí todo. Haselden reclamó las 5.800 libras al Estado. Alegaba algunos precedentes al respecto como las indemnizaciones percibidas por ciudadanos británicos tras los sucesos de Cartagena. También solicitó ayuda financiera al gobierno británico. Al parecer no consiguió compensación alguna. El asunto llegó a tratarse en el Parlamento de Londres como consecuencia de una interpelación del conservador Mr. John Vance, a la que contestó el subsecretario de Exteriores, también tory, Robert Bourke. Los ladrones -serreños, manchegos o de pueblos de Jaén- no podían imaginar que las consecuencias de sus fechorías eran objeto de controversia en el corazón del Imperio Británico. Pronto hubo detenciones como queda constancia en la prensa nacional del momento. Pasados los años, Arturo Haselden llegó a conversar con los culpables sobre las circunstancias de su peligrosa y ruinosa aventura.


Sobre esta cuestión:

Asensio Muñoz, G., "Gloria e historia de las minas del Centenillo, Diario Jaén, 6-12-1955
Urquijo, Alfonso de : Los serreños. Relatos cinegéticos y camperos de Sierra Morena, Madrid 1988.
García Sánchez-Berbel, Luis, El Centenillo, 1993.
El Imparcial, 24-7-1874
La Correspondencia de España, 26-7-1874, 31-7-1874
La Iberia, 1-8-1874
La Época, 19-8-1874
La interpelación en la Cámara de los Comunes http://hansard.millbanksystems.com/commons/1874/jul/30/question-8#S3V0221P0_18740730_HOC_55

jueves, 18 de septiembre de 2014

MADRASTRAS, CRIADAS Y ENVENENADORAS

El miedo a las envenenadoras se nutría de hechos reales, rumores, supersticiones e infundios. Era un sentimiento probablemente atávico, muy arraigado en las mentalidades de ayer y no carente de una carga misógina. Puedo citar un caso, del desgraciado año de 1640, recogido en protocolos notariales giennenses. Nos da noticia de una mujer llamada Leonor González, presa en la Cárcel Real de Jaén por "la muerte de doña Francisca de Mondragón procedida de un bebediço". El envenenamiento -si se produjo- pudo ser ocasionado con la peor de las intenciones o involuntariamente, como consecuencia de algún remedio -de inciertos ingredientes- para atajar dolencias del cuerpo o del espíritu, combatir el mal de ojo u otro tipo de achaque. Los procesos contra brujas y hechiceras, llevados a cabo por tribunales eclesiásticos y, en particular, por el Santo Oficio, recogían la existencia de brebajes, filtros, polvos y otras mixturas de presuntas virtudes medicinales o mágicas. En el XIX, el espanto ante las envenenadoras se mantiene vivo a través de los pliegos de cordel. No dejaré de mencionar el largo título de uno que debió de apasionar a la gente isabelina y sobrecoger a muchos en calles y plazuelas:  La criada perversa. Triste y lamentable historia que acaeció á un caballero natural de Motril  en 28 de mayo de 1861, con una moza de servicio con la que se casó, y que por ambición dió veneno a un niño que tenia el caballero, modo milagroso por el cual se descubrió tan enorme crimen y castigo qué se impuso á tan villana muger* . Aquí la envenenadora aunaba su condición de madrastra y de criada convertida en señorona. De la mala reputación de las madrastras dan cumplida cuenta los cuentos e historias. Las criadas eran también objeto de la desconfianza general, sospechosas de todo tipo de deslealtades y maquinaciones. No faltan, al respecto, numerosas referencias en la literatura española del Siglo de Oro. Si, a estos rasgos se unía un casamiento desigual, el perfil resultante era de lo más desaconsejable.

*Imprenta de F. Sánchez, Barcelona, 1861.

viernes, 12 de septiembre de 2014

DORMIR Y SER SANTO

San Juan de Ávila escribía en una carta: "jueves y viernes es bien dormir en alguna tabla" por acompañar al Señor "que padesció en aquellos días". Defendía, sin embargo, la conveniencia de dormir una siesta para recuperar fuerzas y estar en condiciones de afrontar trabajos.También es muy valiosa la recomendación de santa Teresa de Jesús a su hermano, don Lorenzo de Cepeda, en febrero de 1577: "en el dormir vuestra merced, digo, y aun mando, que no sean menos de seis horas. Mire que es menester los que hemos ya edad llevar estos cuerpos para que no derruequen el espíritu que es terrible trabajo" y, más adelante, indicaba, por si tenía algún escrúpulo: "No piense le hace Dios poca merced en dormir tan bien que sepa es muy grande; y torno a decir que no procure que se le quite el sueño, que ya no es tiempo de eso". No eran de la misma opinión otros religiosos y devotos de vida ascética que, como penitencia, eran dados a velar o a postrarse sobre cascotes y mortificantes lechos. Era el caso de sor Martina de los Ángeles y Arilla (1573-1638) que pasaba sus noches, antes de abrazar los hábitos, en plena juventud, en " unas tablas sembradas de cascos de texas y una piedra por almohada". Decía su hagiógrafo: "con que el sueño, que se hizo para el descanso, lo tenía esta Niña penitente por su mayor tormento; pues todos los días amanecía herido, y descalabrado su delicado cuerpo". Años después, al profesar como dominica, abandonó cualquier tipo de cama, en especial cuando servía en la enfermería, y daba cabezadas, tendida en una estera sobre el suelo. Contrasta tal conducta con la actitud, más humana y realista, de santa Teresa y de san Juan de Ávila. Sabían de lo que hablaban. Fundar y predicar eran obligaciones que exigían correr muchas leguas, andar por los caminos y ser conscientes de la necesidad de restaurar los cuerpos. Aunque fuese en los insufribles jergones de alguna mala posada.

jueves, 4 de septiembre de 2014

PICADOR DESPUÉS QUE FRAILE

Hubo frailes que abandonaron el claustro para hacerse soldados y correr aventuras. No pudieron resistir la tentación de la vida arriesgada. Buena decisión, en estos casos, era abrazar el oficio de torero. Refiere el marqués de Tablantes* el caso de un fraile natural de Medina Sidonia, llamado fray Alonso Pérez que, en 1819, cambió los hábitos por la vara larga de picar. Firmó, además, una escritura con la Real Maestranza de Sevilla por la que se obligó a participar en unos festejos, montando el correspondiente jaco. Llegó tal hecho a oídos del padre corrector del convento de San Francisco de Paula de dicha ciudad que, escandalizado, no dudó en ponerlo en conocimiento del teniente de la Real Maestranza mediante un escrito, fechado el 22 de abril de dicho año, en el que censuraba con severidad al fraile taurómaco. Decía: "no puedo ni debo permitir tan gran ultraje a mi santo hábito, que él vistió y profesó". Censurable era que los clérigos fuesen a los toros pero que los picasen era ya demasiado. Aunque no llevasen el sayal. Pedía, en consecuencia, la anulación de dicho contrato "por carecer de facultades el Pérez, para disponer de su persona en tales tratos". El teniente, linajudo y circunspecto -que para eso era maestrante- replicó que "el tal Pérez" ya había empuñado la pica en Madrid y otras plazas y que, según sus noticias, "se trata de un  hombre casado y con hijos". Parece que poco pudieron hacer los franciscanos.

* Ricardo de Rojas y Solís, marqués de Tablantes y conde del Sacro Imperio, Anales de la plaza de toros de Sevilla (1730-1835), 1917

viernes, 29 de agosto de 2014

THE HOLY BOYS

Así eran conocidos los integrantes del 9º Regimiento de Norfolk. Recibieron esta denominación a partir de su intervención en la Guerra de Sucesión española. Llevaban una imagen de Britania en sus correajes que, al parecer, los españoles confundían con alguna advocación mariana. No parece fácil ni creíble esta confusión en un español de inicios del XVIII. Otra posibilidad es que fuesen llamados así, Holy Boys, por su afición, según contaban, a vender sus Biblias para, con el beneficio de tan piadosa transacción, comprar vino o aguardiente*. No sabemos qué pensar al respecto. Recibieron también el apelativo de Fighting Ninth, por causa asimismo desconocida aunque quizás relacionada con su valiente actuación en el sitio de San Sebastián durante la Guerra de la Independencia. Combatieron también en Roliça, Vimiera, La Coruña, Busaco, Salamanca, Vitoria y San Sebastián. Los Holy Boys fueron los la últimos británicos en abandonar La Coruña en 1809 y a ellos se le encomendó el entierro de sir John Moore. Este fúnebre y honorable deber les otorgó el derecho a llevar una banda o línea negra en sus cordones. Después, entre otros destinos, el 9º Regimiento de Norfolk sirvió en Sebastopol, en la campaña afgana de 1870-80 -en la que también estuvo y fue herido honrosamente el doctor Watson-, en la Guerra de los Boers  y, por supuesto, en las dos guerras mundiales, además de intervenir en Corea y Chipre.

* Datos sobre este regimiento en Reginald Hodder, British regiments at the front. The story of their battle honours, Hodder and Stoughton, 1914.

miércoles, 20 de agosto de 2014

TAUROMAQUIA FIN DE SIGLO EN SAN SEBASTIÁN

Días de esplendor y toros en San Sebastián. Según La Época del 18 de agosto de 1892, con motivo de las ferias y durante dos días, llegaron a la ciudad más de 15.000 forasteros. Los trenes desde Tolosa iban completos y en el Hotel de Londres se sirvieron más de 800 almuerzos extraordinarios. Animación absoluta. Fueron muy numerosos los visitantes franceses, más incluso que en otros años. En algunas corridas la fuerza pública detuvo a varios asistentes por lanzar botellas al ruedo. Es evidente que no eran aficionados sino espectadores incívicos. Un detalle fin de siglo: la duquesa de Rochefoucauld llegó desde París para asistir a los festejos taurinos. 

jueves, 14 de agosto de 2014

LA SED DEL SOLDADO

En los inviernos las vigilias heladas y en los veranos caminatas por baldíos y otros despoblados. Lo mejor era salir a punta de día, decía el conde de Montemar, y amanecer con Dios. Y para la sed: "Si sobre la marcha se encontraren algunas fuentes, particularmente en verano, hará un poco de alto el Batallón para dejar beber a los soldados, mandándoles llenen sus botas, o calabazas para el además camino; y si tuvieran noticia que en toda la marcha no hay agua, deberán hacer la prevención dicha antes de salir del lugar donde han hecho noche".

Conde de Montemar, Avisos militares, 1718, Imprenta de Pedro Marín, Madrid 1773.

lunes, 28 de julio de 2014

VERANOS DE 1730

Garrapiñas, horchatas, garrafas de limonada, retirada de tapices, calles empolvadas, calles regadas, sarna, sarpullidos, mataderos hediondos, despojos arrastrados por ratas, bóvedas sepulcrales más hediondas todavía, asaltos a melonares, meloneros airados, beber agua con nieve, señoras en enaguas y guardapiés, paseos nocturnos, moscas, correr toros, carlear de perros, ovejas esquiladas, alivio de vagabundos, fiestas por la Virgen,cantos de siega y alegres auroras

lunes, 21 de julio de 2014

AGUA DE SELTZ

La pasión por las bebidas con gas es muy siglo XIX. En un libro de cocina de 1871, ya citado en la anterior entrada, se afirma lo siguiente: "El agua de Seltz es bastante común en los grandes centros de población, gracias a los numerosos establecimientos que la fabrican pero en los campos y pueblos pequeños es más difícil procurársela, y se recurre entonces al gasógeno"*. Aquí se representa el artilugio -de elemental diseño y dudosa eficacia- propuesto para su obtención. Por el pitorro de la izquierda debía de salir el agua carbonatada.


Continúa el autor: "con el ácido tartárico y el bicarbonato de sosa, que con agua se pone en este aparato se obtiene una buena agua gaseosa". En fin, mejor sería la servida en cafés, colmados y botillerías sobre veladores de mármol. En cualquier caso, este verano, los nostálgicos del siglo XIX, deberíamos abstenernos de solicitar agua con gas, en locales hosteleros y comercios, y pedir en cambio agua de Seltz. Nos hermanaremos, aunque sólo sea en esto, con el Capitán Nemo, Kitchener y el doctor Watson.

*El libro citado es Cocina moderna, Librería de Anlló y Rodríguez, Madrid 1875.

domingo, 13 de julio de 2014

CARLOS V, EDUARDO VII Y LAS ANCAS DE RANA

Plato humilde pero apreciado por un Habsburgo. Las ancas de rana se servían en la imperial mesa de Carlos V en su resignado retiro de Yuste. Siglos después, hacia 1889, se prepararon con crema en el Hotel Savoy de Londres, por orden de César Ritz, para el Príncipe de Gales. No había, según dicen, precedentes de príncipes herederos ingleses que fuesen a cenar a restaurantes y, menos aún, ancas de rana. El futuro Eduardo VII acudía al Savoy incluso algunos domingos. Lo cuenta Egon Jameson. Las ranas también constituían el ingrediente básico de un triste caldo, muy adecuado para enfermos y convalecientes, según un recetario español del siglo XIX.

domingo, 6 de julio de 2014

LAS LEVAS DEL CAPITÁN NEGRETE

Va de pícaros. En el invierno de 1636, empezada la guerra con Francia, llevaron a la Cárcel de Corte -bien sujeto con grillos y una cadena- a un capitán llamado Negrete. Al parecer falsificó las patentes del Rey y reclutó compañías por su cuenta y a la buena de Dios. No contento con esta travesura, disponía de los alojamientos de los bisoños, repartía las correspondientes papeletas y, era cosa obligada, departía con alcaldes y regidores. Hasta nombraba oficiales. Estos disparates los perpetró en La Rioja aunque no llego yo a saber si por dinero o por figurar. Tan poderosa es una razón como otra y tan mala consejera la codicia como la vanidad.

viernes, 4 de julio de 2014

OTROS POSIBLES PELIGROS DEL MELÓN


A veces estos riesgos no son, en sentido estricto, digestivos. Es lo que podemos deducir de una escritura notarial de 1769 por la que sabemos que Juan de Montilla, vecino de Jaén mantuvo una querella con unos sujetos "por aver herido al otorgante la madrugada del dia seis de septiembre del año proximo de sesenta y ocho en el sitio de la Fuente de la Zarza, donde estaba guardando un melonar suio propio por impedir a dos hombres que en el estaban cojiendo melones". Debió de recibir algunos palos. La defensa del melonares y huertas era frecuentemente de pesadumbres muy ruidosas. No es la primera noticia que encuentro, al respecto, en papeles de archivos.

Archivo Histórico Provincial de Jaén, legajo 2146, folio 15, 1769

jueves, 3 de julio de 2014

DINEROS DE DUENDE DE CASA

La creencia en duendes guardianes de tesoros es vieja de muchos siglos. En ocasiones los custodios de estas riquezas ocultas eran fantasmas con todos sus trebejos, bien cargados de cadenas, como aparecen en el entremés barroco titulado La burla con el tesoro, editado en Córdoba. También las guardaban hadas, enanos y otras criaturas más o menos fantásticas. Cunqueiro escribió mucho y bueno al respecto. Era creencia extendida y no siempre extravagancia de orates. En el Índice del inquisidor Rubín de Ceballos, ya de finales del XVIII, se prohibía un cuaderno que "contiene preceptos, comjuraciones y exorcismos, para descubrir y sacar los tesoros ocultos". La gente perdía el seso con estas historias. Sirve lo anterior para entender cierta carta, escrita por santa Teresa en Malagón, por febrero de 1580. Decía: "Plega a Su Majestad gane vuestra merced en esa soledad muchas riquezas eternas, que todo lo demás son como dineros de duende de casa".
       Rotunda expresión -"dineros de duende de casa"- que fuera de su aplicación a las vanidades del mundo bien podría ser prevención universal contra las fáciles riquezas de tiempos de euforia desmedida. Espejismos, al fin, de negociantes, oro de alquimia, pavesas lanzadas al viento, torres de papel, ganancia sin fuste y sin honra.

domingo, 29 de junio de 2014

GALANES DE MONJAS


Caballeros y demás gente principal de los siglos XVI y XVII acudían a los locutorios de los conventos para conversar con las religiosas. Eran las llamadas devociones de monjas. Las pláticas, sobre lo divino y lo humano, tenían lugar en la reja o el locutorio. Además de palabras se intercambiaban esquelillas, regalos, mazapanes y otros dulces. En estas devociones conventuales alternaban o convivían los amores platónicos y los desasosiegos espirituales. No había, en este sentido, malas intenciones. Las autoridades eclesiásticas toleraban, a regañadientes, esta costumbre aunque siempre estaban dispuestas a cortar cualquier exceso. García Mercadal cita la disposición del obispo de Lérida, en 1564, que amenazaba con excomulgar a todos los estudiantes, de más de catorce años, que entrasen en los conventos pues " han sucedido de la.conversación de los estudiantes y otras personas algunos peligros y escándalos". Otros prelados prohibieron las serenatas en rejas, puertas y locutorios. Llevar una rondalla al convento era ya demasiado. Por supuesto, no todas las órdenes religiosas se gobernaban por las mismas reglas ni todos los conventos eran igualmente rigurosos en sus norma al respecto. La relación de Quevedo con sor Margarita de la Cruz -con ciertas reservas- podría tener cierta relación con lo antes descrito. También, aunque centrada en graves asuntos de Estado y conciencia, la de Felipe IV con la monja de Ágreda.

martes, 24 de junio de 2014

SOBRE LO CABALLERESCO



"El caballero, en el antiguo sentido caballeresco, se hallaba indisolublemente consagrado a su orden y era incapaz, fueren cuales fueren las circunstancias, de dejar de ser un caballero. Había cosas que había contraído el compromiso tácito de no hacer ni permitir. Ni él, ni nadie en presencia suya, podía permitirse el ser cobarde, cruel, vil, ingrato, obsceno o desleal. Así, el caballero, aunque siempre respetado, era detestado a menudo. Desde luego, no era el más acomodaticio de los compañeros, y los que no eran caballeros preferían no encontrarlo en su camino."

George Santayana, El último puritano, I, 183. Cit. por José Luis Villacañas en Ramiro de Maeztu y el ideal de la burguesía en España, 2000

domingo, 22 de junio de 2014

EXÁMENES, MEMORIA Y ESTUDIANTES BARROCOS

Los estudiantes de otro tiempo, matriculados en escuelas de gramática y universidades, estimulaban su memoria con anacardina. Era, como es evidente, un compuesto de anacardos. El Padre Nieremberg, siempre tan grave, la mencionaba en sus sermones. Serrano de Vargas, un ingenio del siglo XVII, escribió su Anacardina espiritual. El Padre Feijoo se ocupó de la anacardina -entre otros vigorizantes de la memoria- en sus Cartas Eruditas. La consideraba peligrosa pues le constaba que podía provocar locura, fatuidad o estupidez. Sus efectos, además, duraban muy poco tiempo.También dio cumplida noticia del ámbar, las cubebas de Java, el cardamomo, el incienso y un brebaje llamado "agua de magnanimidad" que aparece en los tratados farmacéuticos antiguos. Yo creo que -dada su curiosidad y medida extravagancia- ingería estas sustancias en la soledad de su celda, entre libracos, cronicones y cartas. Después atendía su cátedra de Teología en Oviedo. También Estebanillo González, pícaro notorio, obtuvo unos cuartos vendiendo a estudiantes novatos y agobiados una mezcla de polvo de romero y cebadilla, envuelta en papelillos, que hacía pasar por anacardina.

jueves, 19 de junio de 2014

LA VIEJA MONARQUÍA

Españoles de otro tiempo en los Picos de Europa

Todo pasa y nada dura para siempre. Es verdad. Sin embargo, a veces, un don se revela en la Historia. Es la permanencia. Su tiempo no se mide por años sino por generaciones, pontificados y reinados. Un tiempo de vivos y de muertos. Ahí sigue la vieja Monarquía. La que hizo a España a fuerza de grandeza y desengaños. Ahí sigue el Reino -bajo el cielo absoluto de un día del Corpus- cargado de gloria y desventuras. Y la vida por delante.

Viva el Rey

martes, 17 de junio de 2014

CAMPANILLAS PARA EL SANTÍSIMO

Los latoneros de Granada las vendían en el siglo XVII. Así constan en una relación de precios de los tiempos de Felipe IV: "otra campanilla que se llaman clarillas, para tocar al Santísmo Sacramento". Es de imaginar el sonido alegre de las clarillas. Para dar buen tono a una mañana de Corpus. Costaban ocho reales.

jueves, 12 de junio de 2014

RITUALES REGIOS

No desdeñemos lo simbólico en la Monarquía. Lo recordaba Julián Marías en La España Real (1976-1981): "Cuando se dice que el Rey es un símbolo, si se sabe lo que se está diciendo, se le está concediendo grandísima importancia, porque un símbolo es una cosa muy seria". Es verdad y no es fácil de entender. Las monarquías tienen sus arcanos, desvelados -en parte- por lo simbólico. "Un hombre es sus gestos" decía Ortega y éstos, en las instituciones centenarias, se expresan por medio de la liturgia y del ritual. Esta obligación no exige grandes dispendios ni desmesuras. En la tradición española los rituales de coronación han sido, a lo largo de la Historia, muy austeros. Según Luis Díez del Corral,  los reinados se han sucedido, durante siglos, sin grandes ceremonias de coronación o unción. Las insignias reales españolas, estudiadas por  Percy E. Schramm, eran pocas, de gran sencillez y rara vez ostentadas por los reyes. No eran dados a ir por los pasillos de Palacio con corona, armiño y cetro. La austeridad, sin embargo, estaba revestida de solemnidad, correctamente ritualizada. La sencillez y la gravedad imponían más que la pompa cuando se manifestaban de la manera debida. No hay mejor magisterio, al respecto, que el de los Austrias españoles Todo para mayor grandeza de la Monarquía.


domingo, 8 de junio de 2014

LO INTRAHISTÓRICO EN DOMINGO ORTEGA


Su aspecto no dejaba a nadie indiferente. Unos y otros incidían, con especial insistencia, en su aire campesino. No en vano había sido labrador y venía de labradores. En 1931, año de su presentación en la plaza de Madrid, Corinto y Oro lo describió como "un aldeano zafio, con efigie de hombre de terruño, con mueca de sobriedad castellana y con ímpetu y personalidad de un Pedro Crespo, alcalde de Zalamea, en su detonación y en sus hazañas". Federico Morena en Heraldo de Madrid, en las mismas fechas, destacaba su "cara de mozo que ha vivido inclinado sobre el terruño y que tiene las orejas vencidas hacia la nariz, acaso por razón de la ley de la gravedad". César Jalón Clarito, también en 1931, lo calificó de mozo de pueblo que, de manera insólita se atreve a hacer algo distinto en el toreo urbano: "su toreo es como él; es un toreo de pómulos salientes". Y además lo retrató como"labrantín" de "cara atezada; trabajada, de rústico aldeaniego" que contribuía a darle aspecto de hombre maduro. Hemingway en su desordenada, sobrevalorada  y prescindible Muerte en la tarde (1932) se refirió a sus facciones con palabras crueles e insultantes que no voy a reproducir por respeto al torero. Las labranzas, Castilla y lo intrahistórico permitían una determinada interpretación de la personalidad y del toreo de Domingo Ortega, acorde con los cánones noventayochistas y orteguianos. Gregorio Corrochano -ABC de 29 de abril de 1932- en "El torero de Castilla" afirmaba:

"Así como los toreros de la escuela sevillana tienen una gracia que recuerda Andalucía, Ortega tiene una serenidad castelllana. Ayer, delante del toro Castaño, no era Ortega, no era solamente un torero; era Castilla puesta en pie. Yo veía Esquivias con su tradición cervantina, y Borox pardo, de color barbecho, oculto en una hondonada, como metido en un enorme surco. Llanuras sin fin. Caminos sin curvas. Serenidad. No es bonito. Pero es majestuoso y evocador. El toreo de Ortega tiene hombría castellana".


Antonio Orts-Ramos en su opúsculo Domingo Ortega, 1931, asociaba al gran torero con los paisajes mesetarios, las glebas y, dentro de una estética neobarroca, con lo macabro:

"Lo primero que llama la atención en este torero es su parecido con la muerte. El cadaverismo de la cara de Ortega es algo.tan consubstancial con su toreo que, únicamente fijándose bien en ella, se puede conjeturar sobre su arte. Su sonrisa es la mueca escéptica y fatal de la descarnada [...] Y, por eso, las multitudes se entusiasman al ver la muerte luchando consigo misma, es decir a Ortega, pues esperan que mientras él la entretiene en el ruedo, se olvidará que en los tendidos hay gente ya en sazón para ponerle esos puntos suspensivos que terminan con la.admiración de un hoyo y unas paletadas de tierra".

martes, 3 de junio de 2014

LOS MARTES DE DON FELIPE

Baltasar Porreño decía que Felipe II, para  mostrar su desdén hacia supersticiones y miedos vanos, salía de viaje los martes, mandó jurar al príncipe Don Felipe, en Lisboa, un martes y cuando nació éste, un martes de 1578, "no hizo menos fiesta que sí huviera nacido en Domingo, o Jueves; y el mismo Rey se casó la primera vez en Martes, digo se desposó con la Princesa Doña María". Era, además, enemigo de judiciarios y pronósticos. El gobierno del mundo no admitía fantasías.

miércoles, 28 de mayo de 2014

DE PESCA EN EL SIGLO XVI



Al señor de Chimista

En diciembre de 1592 el Concejo de Jaén aprobó unas ordenanzas de pesca*. En tales disposiciones se prohibía el uso de golletes, medias, lunas, agrumaderas, telillas y cualquier tipo de mallas o redes excepto las atarrayas y esparaveles, permitidos por las pragmáticas de 1552. Estos arreos eran redes redondas, con sus plomos, para lanzar con buen aire y sacar a brazo en aguas poco profundas. No estaba autorizada la pesca con tales aparejos desde inicios de marzo a inicios de julio "respecto ser los meses que los peces desovan y crían". La pesca de la trucha se podía practicar con caña y anzuelo en los parajes de Vado Sacejo, las hoces de Riofrío y Candelabraje. De esta manera, según las ordenanzas, la población de estos ilustres peces crecería "con grande abundancia y provecho". A los infractores, sorprendidos por caballeros de la sierra y guardas del campo, se les impondrían multas de 1.000 maravedíes y la perdida de los avíos. Estas normas fueron compuestas -con toda aplicación- por don Juan de Vílchez Coello, caballero veinticuatro de Jaén, de linaje muy principal, conocedor probado de las cosas del campo. Pertenecía a la generación anterior al célebre pescador de caña y ferretero inglés Izaak Walton con quien, por cierto, habría tenido muy amenas conversaciones -sobre ríos, cebos, anzuelos, pozas, cañas, sedales y peces - de haberlo conocido.

* Los datos sobre las normativas del Concejo en Pedro de Jaén, "Ordenanzas sobre la pesca en el Río de Jaén" en Papeles Viejos, Senda de los Huertos, 37, 1995.

domingo, 25 de mayo de 2014

LOS POBRES Y LA NOCHE DE MADRID

Los pobres de verdad pasaban el día en la calle, deambulando, mal recogidos en cafés, tabernas y figones. De tarde en tarde hacían algún trabajo, transportaban fardos o espuertas, trataban de sobrevivir con enormes apuros, atentos a lo que salía, viviendo al día. Por las noches los que no tenían un techo, que eran legión, buscaban cobijo en algún zaguán o en el pórtico de una iglesia. Los que conseguían unas monedas podían alquilar una cama en las fementidas casas de dormir. Los veranos eran más llevaderos y los inviernos, ya se sabe, siempre han sido malos compañeros para sobrellevar la miseria. En el Londres victoriano, según afirma Jack London en The people of the Abyss (1903), a los que carecían de alojamiento se les prohibía dormir de noche. Cuesta creerlo. Si esto era así, la pobretería londinense, sólo podía sentarse en un banco y dar cabezadas, bien derecha, aparentando, como si tal cosa, estar en vela y tomando el fresco. En Madrid no regía una normativa tan estricta. Las ordenanzas de la Villa, de 1892, en su capítulo VIII, prohibían "que los niños pasen las noches en los huecos de las puertas", aunque nada se decía de los adultos. Los serenos debían -chuzo en ristre - garantizar el cierre de portales, tiendas y locales públicos a partir de cierta hora  e impedir que circulasen por las calles mendigos, vendedores ambulantes de licores y gente perdida. Se lo ponían muy difícil a esta variada cofradía de desgraciados y maleantes aunque es dudoso que tales prohibiciones se cumpliesen.

domingo, 18 de mayo de 2014

LA EDAD Y LA GENTE DEL SIGLO XVI

 Lutero, Rabelais, Bartolomé de las Casas, san Ignacio de Loyola y santa Teresa de Jesús no recordaban con precisión su edad. No era un dato fácil conservar en la memoria ni de demasiada utilidad en la vida de una persona. A veces se conocía el año de nacimiento por su coincidencia con temporales, hambres, grandes nevadas, crecidas de ríos, plagas o epidemias. La gente recordaba, con más facilidad, el día por el santoral o por la celebración de alguna festividad grande de la Iglesia. La hora de la llegada a este valle de lágrimas era más fácil de fijar por el testimonio de la propia madre o de las personas que asistieron al parto o tuvieron noticia de éste. Pasados los sesenta años se perdía la cuenta. El teólogo Martín Pérez de Ayala, natural de Segura de la Sierra y que estuvo Trento, escribió en su autobiografía que no sabía muy bien si había nacido en 1503 o 1504 "porque en un año andaba mi madre dudosa, que no sabía determinarse". Aseguraba, sin embargo, que había sido a la hora de salir el sol "y estando en el tercer grado de Sagitario" por lo que fue "apasionado de la vista, piloso y afecto al campo, y á cosas árduas". Afirmaba, eso sí, haber nacido el día de san Martín. Santa Teresa de Ávila decía: "acuérdome que cuando murió mi madre, quedé yo de edad de doce años, poco menos". En realidad la Santa tenía catorce años. En su autobiografía, san Ignacio decía tener veintiséis años cuando, honrosamente herido en Pamplona en 1521, decidió abandonar las vanidades del mundo. Se equivocaba pues cuando le desjarretaron la pierna derecha, en dicha acción, contaba con unos treinta años ya que había nacido en 1491. Unos años más o menos no eran gran cosa. Si se ha servido a Carlos V, se ha fundado la Compañía de Jesús y se ha ganado uno la santidad, bien pueden tolerarse estas inexactitudes. La vivencia del tiempo ha cambiado a lo largo de los siglos. La gente antigua no podía tener la virtud de la puntualidad y le importaba bien poco la minucia de parecer de más edad. Lo de rendir culto a la juventud no iba con ellos - estaban muy lejos todavía los románticos- y todos, de alguna forma, se consideraban supervivientes. A los niños se les vestía como si fueran viejecillos y los jóvenes pretendían parecer mayores. Sin embargo, los relojes se imponían. Lentos pero implacables. La nueva medición del tiempo constituyó una revolución más decisiva que, por ejemplo, la caída del desgraciado Luis XVI de Francia. El absolutismo de los monarcas era una bagatela comparado con el poder de un reloj de sacristía.

domingo, 11 de mayo de 2014

MÍSTICA Y GARBANZOS



El 19 de agosto de 1591 estaba san Juan de la Cruz en La Peñuela. Pasaba allí los días, apartado de ruidos y novedades. Estaba el conventillo a las puertas de Despeñaperros, muy cerca del solar de La Carolina, todavía sin fundar. Escribía san Juan de la Cruz a doña Ana del Mercado -no sin santo fastidio- que si bien "la anchura del desierto ayuda mucho al alma y al cuerpo" no dejaban de requerirlo para que volviese al mundo y atendiese graves obligaciones y trabajos. Daba largas y remoloneaba a lo divino. Nada mejor que el olvido en esos despoblados. En la misma carta decía: "esta mañana habemos ya venido de coger nuestros garbanzos, y asi, las mañanas. Otro dia los trillaremos."

La carta en: San Juan de la Cruz, Obras Completas, Ed. Licinio Ruano de la Iglesia, BAC, Madrid, 2002

jueves, 8 de mayo de 2014

CAZADORES, PODADORES Y BUSCADORES DE PANALES





Lo muy antiguo ha perdurado en España hasta hace poco tiempo. La obra de Moreno Castelló, en su estilo sencillo, de indiscutible amenidad, aporta valiosos datos sobre el campo y la gente de hace más de cien años en tierras de Jaén. En sus recuerdos, que se remontaban al reinado de Isabel II y a los primeros años de la Restauración, menciona a un personaje que vivía en una choza  cerca de Los Villares, en la Sierra de Jaén. Venía este hombre de familia de cazadores de oficio, es decir, de gente dedicada a cazar no por afición sino para vivir. Era un gran tirador. Fue además un reputado podador de olivos, destacando en el manejo del hacha incluso fuera de su pueblo. En la misma obra, páginas más adelante, se cita a otro cazador que contaba, además, con una prodigiosa habilidad en la poda de chopos y álamos. Para comenzar su faena, se encaramaba a la copa del primero y, desde ahí gracias al balanceo del tronco, pasaba de uno a otro, hasta acabar con el último. Sin tocar el suelo, a veces con saltos de dos o tres varas y a unos quince metros de altura "con la envidiable agilidad de un mono". Sería cosa admirable de ver. Otros vecinos recolectaban miel en los enjambres silvestres existentes en las paredes, cortadas a pico, de serrajones y riscales. Se descolgaban, no sin cierta audacia, por precipicios de muchos metros con riesgo de descalabrarse e incluso de perder la vida. Aquellas personas que conozcan dichos pagos pueden dar fe de lo arriesgado que debían de ser tales operaciones. Dos hombres, arriba, sujetaban la cuerda, y otro desde el suelo balanceaba al apicultor que, gracias a un movimiento pendular, entraba en los abrigos de roca para extraer la miel. Debía de ser una técnica de origen inmemorial como tantas conservadas todavía en el siglo XIX.

José Moreno Castelló, Mi cuarto a espadas, sobre asuntos de caza. Apuntes, recuerdos y narraciones de un aficionado. Jaén 1898.

domingo, 4 de mayo de 2014

FELIPE II, LOS ESPAÑOLES Y LA TAUROMAQUIA

En 1527, hubo toros en Valladolid para celebrar el nacimiento de Felipe II. El conde de las Navas, en El espectáculo más nacional, cita distintos festejos que contaron con la presencia del Rey como los celebrados en Toro (1551), Benavente (¿1553?), Sevilla (1570), Badajoz (1580), Lérida (1585), Valencia (1585), Valladolid (1592), Segovia (1592), Tordesillas (1592) y Burgos (1592). Consta en una relación citada por Navas que "...el  príncipe Phelipe la primera vez que entro en Toro" fue agasajado por el marqués de Alcañices con una corrida  de"ocho toros buenos y ubo buenas lanzadas". Fue el 19 de septiembre de 1551.

Es sabido, además, que Felipe II dio largas y demostró tener mano izquierda para no aplicar, con todo su rigor, las disposiciones papales que proscribían la tauromaquia. Escribiría a Roma para que tales prohibiciones no tuviesen efecto pues los españoles -que no tenían remedio- no podían pasar sin estos festejos. Sus fieles vasallos llevaban la tauromaquia en la sangre, no era prudente pedir imposibles y fulminar excomuniones por ir a los toros era un sin vivir. Habría sido lamentable, pensamos, un brote levantisco contra Roma, no por las indulgencias, el número de sacramentos o la justificación por la fe, sino por no poder ver correr los toros de la tierra el día de la Patrona o por el nacimiento de algún infante. Eso o el infierno en vida. Sacrificios de este pelaje no se podían pedir a los vencedores de Lepanto. Vistas las cosas, en 1596 Clemente VIII otorgó perdón general -excepto a frailes y mendicantes díscolos- con la advertencia de que se evitasen muertes y de que no se jugasen toros en día de fiesta lo que al final, evidentemente, no se cumplió. Los clérigos tampoco debieron de obedecer las disposiciones papales. Roma quedaba muy lejos y bastante tenía el Santo Padre con parar, templar y mandar a cardenales y nepotes.

Con tales antecedentes, Felipe II tenía, necesariamente, que saber de toros. Y los mencionaba en la correspondencia familiar.  El 17 de septiembre de 1582, estaba en Lisboa y esperaba la llegada de la Armada del marqués de Santa Cruz. Se preparaban festejos taurinos y luminarias para festejar el retorno de aquel rayo de la guerra y gran marino. Felipe II escribía, en tales circunstancias: "Si los toros que hay mañana, aquí delante, son tan buenos como la procesión, no habrá más que pedir". También daba cuenta de las ilusiones de Magdalena, criada de las infantas Isabel y Clara: "tiene un pedazo de un terradillo que sale a la plaza en su aposento y ha estado tan ocupada en componerle que no ha podido escribir [...] que dice que no puede acabar consigo de escribir en vísperas de toros; y está tan regocijada para ellos como si hubiesen de ser muy buenos y creo que serán muy ruines". Cualquier aficionado comprende, hoy a inicios del siglo XXI, el desasosiego de Magdalena y el agorero pronóstico del Rey que, además, fue acertado.

Citaremos, además, a  Baltasar Porreño que menciona un festejo celebrado en el terrero de Palacio. Al parecer las reses lidiadas fueron reservonas y dieron poco juego. Eran, conviene recordarlo, toros muy diferentes a los de estos tiempos además de ser la lidia completamente distinta a la actual. El probable aburrimiento del público se interrumpió al hundirse un tablado aparatosamente. Salió maltrecho un caballero muy entendido que allí estaba. Alzó la cabeza el Rey "con su gran severidad, y sin hacer mudanza"  y sentenció: "los toros son mansos, y los tablados bravos"**.


*Cartas de Felipe II a sus hijas, edición de Fernando Bouza, Madrid 1998, ** El suceso es referido por Baltasar Porreño en Dichos y hechos de el Señor Rey Don Phelipe Segundo, El Prudente, potentissimo y glorioso Monarca de las Españas, y de las Indias, 

lunes, 28 de abril de 2014

NAVAJAS PIADOSAS


A finales del siglo XVIII el inquisidor general, don Agustín Rubín de Ceballos, prohibió y mandó recoger aquellas "navajas y cuchillos, que en los cabos tengan grabadas las imágenes de Nuestro Señor Jesuchristo ó insignias de su Pasión, o las imágenes de Nuestra Señora, o de otros Santos". No se consideraba respetuoso, al parecer, que se cortaran hogazas o se desollasen corderos con cuchillería tan piadosa. Menos aún que se resolviesen cuestiones y pesadumbres con una ferralla tan devota. No faltaban -es verdad- precedentes de espadas antiguas que albergaron en sus empuñaduras y pomos huesecillos de santos, fragmentos de hábitos y otras reliquias. Sin embargo no era lo mismo, es justo reconocerlo, la espada de un caballero que la navaja de un jayán. Ni daba igual combatir en las Navas o en Lepanto que participar en una pelea tabernaria. El Santo Oficio, ya a finales del setecientos, daba ya poco miedo y se dedicaba, más que nada, a rastrear papeles jacobinos y librepensadores de forma que estos mondadientes de Albacete -como las llamaban con desgarro los chisperos- circularían, sin mayores impedimentos y  estarían a buen recaudo en bolsillos y faltriqueras de la gente goyesca. Saldrían a relucir en aquel terrible mayo, de muerte y gloria, de 1808.

Se recoge la prohibición en el Índice último de los libros prohibidos y mandados expurgar para todos los Reynoso y señoríos del católico Rey de las Españas, el Señor Don Carlos IV, Imprenta de don Antonio de Sancha, Madrid 1790. Por orden de don Agustín Rubín de Ceballos, Inquisidor General.


jueves, 24 de abril de 2014

DE LA DEVOCIÓN A SAN MARCOS



A partir de San Marcos abandonaban los pastores los pastizales de invierno para subir, en su anual trasiego, a las serranías. Se dejaban atrás las navas de Sierra Morena con la vista puesta, más allá de Despeñaperros, en los agostaderos de las tierras de Albarracín, Molina de Aragón y Sigüenza. Por estas fechas ya celebraban los romanos las honras debidas a Pales, diosa de los rebaños y de los apriscos. Ovidio le concedió un reverente lugar en sus Fastos. Lo romano y lo cristiano definen la naturaleza de buena parte de nuestros días sagrados. Viene, por tanto, de antiguo que San Marcos sea  fiesta principal en muchos pueblos y que la devoción quedase bien probada con procesiones, festejos taurómacos y otros regocijos. También se rezaban letanías mayores en procesiones generales para pedir lluvias y buenas cosechas. Algunos concejos, para salir de graves apuros, ofrecieron solemnes votos a san Marcos. En 1449, en Bedmar, un pueblo de Jaén, los vecinos se obligaron, durante el citado día, a comer sólo una vez y a no encender lumbre y a no amamantar a las criaturas hasta después de la misa mayor. Tampoco se podía alimentar a los animales. El voto imponía las mismas obligaciones a aquellos viajeros que pasaran por el pueblo. Motivo suficiente para dar un rodeo o cambiar el itinerario previsto y recorrer unas leguas más. No debía de ser infrecuente este tipo de promesas pues las Constituciones Sinodales del Obispado de Jaén, en 1624,  recogían su existencia y las desaprobaban con absoluta claridad.

El dato de 1449 en: Troyano Biedma, J.M., Bedmar, 1985.


lunes, 14 de abril de 2014

FLORES DE LIS

Venerables flores de armorial. Lises heráldicos hermanados con las escarapelas blancas de capotes y sombreros. Enseñas de facción y de causas perdidas. Lises pálidas y murientes, exaltadas por Emilio Carrere que -decadente y bohemio- evocaba a Alfonso XII como un lis borbónico, "marchito, perdido por las avenidas, seguido de silenciosos cortesanos". Yo tengo un hondo y reverencial respeto por estas flores desvaídas. Perdidas en el tiempo entre aromas de cera y olvido.

jueves, 10 de abril de 2014

UN MAYORAZGO EN LA RIOJA




Galdós describe en De Oñate a La Granja la vida diaria de una casa grande en La Guardia -la hacienda de Castro Amézaga- en tiempos de la Primera Guerra Carlista. El texto nos aproxima a la vida del campo de otros tiempos, dependiente ya del mercado y de los precios, con libros de cuentas, pero con muchos rasgos de una economía doméstica y cerrada, no muy alejada de patrones medievales en pleno siglo XIX. Se iniciaba la jornada con la preparación del amasijo y del horno para el pan. Se entregaba uno de cinco libras a cada pastor o campesino con la correspondiente olla de habas. Además se encendían los fogones para la comida diaria de todos los de la casa, en los que se contaba un considerable número de criados. Junto a lo anterior, la mayorazga - pues era una mujer la que conducía con todo orden y rigor la hacienda- debía revisar las cubas y el vino de las bodegas, enviando al alambique el torcido para la elaboración de aguardiente.  Había, también, que contabilizar el trigo que salía de los graneros para la molienda, la cebada para las mulas y lo sobrante para vender en el mercado, todo ello registrado en los correspondientes cuadernos en los que también se apuntaría lo vendido a los marchantes, pagado o no. Por supuesto era siempre prudente escuchar las opiniones de labradores y caseros experimentados sobre las previsiones de la cosecha o acerca de la conveniencia de construir más cubas, las fechas a iniciar las correspondientes labores del campo como cavas, riegos y barbechos, si era más sensato sembrar garbanzos o habas o si vendría bien meter el ganado a estercolar. Todo esto sin contar las grandes tareas de la siega, la vendimia o el esquileo de ovejas.

lunes, 7 de abril de 2014

CORSARIOS ESPAÑOLES



La actividad de los buques corsarios españoles fue muy notable a finales del siglo XVIII e inicios del XIX. Eran tiempos difíciles, cuando España se enfrentaba a Inglaterra y sufría los efectos de las desafortunadas y descaminadas alianzas con la Francia republicana y bonapartista. Sin abordar -nunca mejor dicho- cuestiones de política exterior, de las que ya habrá tiempo de tratar, menciono a continuación algunos nombres de buques y capitanes que navegaron y combatieron en aquellos años. Desconocidos y olvidados, es cierto, pero todos con un pasado de riesgo, valor y aventura. Los datos están tomados de distintos números de El Correo de España y sus Indias  que daba cuenta, en esos días, de tales lances. Cito los nombres de los buques y capitanes tal y como aparecen en el citado boletín. Comencemos en la Navidad de 1792 cuando atracó en el puerto de Vigo El Repenillo tras haber apresado al Vivees, un bergantín inglés que faenaba en aguas de Terranova. El 16 de agosto de 1793 llegó a Liorna un bergantín corsario español de 16 cañones y cien hombres de tripulación, escoltaba a una polacra española. En 1796 era muy activo el corsario Santo Cristo de la Victoria, que capturó un buque norteamericano y dos ingleses y los condujo al puerto de Vigo. El seis de abril de 1795 atracó en el puerto de Santander el Neptuno, un quechemarín al mando del capitán don Francisco Oliver, tras capturar una galeaza danesa llamada Pedro Verf. En el verano de 1796 navegaba, al mando del capitán don Andrés Villalta, el Señor San José. Otro corsario de aquellos tiempos era el Santa Catalina. A finales del invierno de 1797 zarparon del puerto de Málaga el jabeque Príncipe de la Paz - de mal nombre-  al mando de don Juan José Cucullu y el El Relámpago con su capitán don Mariano Piña. Este buque fue célebre y admirado por sus hazañas. En el mismo año, don Manuel Spiteri mandaba el jabeque La Venganza que partió a la aventura puerto de Cádiz. Este barco no debe confundirse con otro francés de igual nombre y también dedicado al corso. Entre febrero y marzo de 1798, don Manuel Fernández, capitán de Nuestra Señora del Rosario -conocido también con el goyesco nombre de El Bolero- capturó la fragata inglesa María, de Londres, cuyo capitán era Guillermo Bruchet. En junio de ese año el buque corsario El Cornel mantuvo un recio combate con otro inglés al que derrotó. La acción tuvo lugar sobre la derrota de Cartagena a Ibiza, costándole la vida a su capitán don Pedro Sala. En enero de 1799 atracó en Bayona de Galicia El Diligente, al mando de don Juan Barroso. Había abordado y capturado, tras un duro combate, un bergantín inglés con 3.500 quintales de bacalao. Se estuvo repartiendo estopa durante dos horas. Debemos indicar que El Diligente llevaba ya siete presas en su historial. En el verano de 1799, el corsario La Felicidad abordó la goleta británica Hau, mandada por el capitán Henry May, y conducida al puerto de Vigo. En el mismo año navegaba en el Estrecho de Gibraltar, en espera de hacer alguna captura, El Escorpión al mando de don Francisco de Paula. En ese año navegaban el capitán don Bartolomé Ferrer, creo que ibicenco, y su buque La Vigilancia. En enero de 1800 La Ventura era gobernada por el intrépido don Manuel Collado, con amplio historial de capturas. En dicho año hubo mucha actividad corsaria en las costas gallegas. Recordemos al  Nuestra Señora de las Nieves, "el corsario español del comercio de Santiago", al buque El Magnífico y al San José y las Ánimas, cuyo capitán era don Manuel de Avendaño. Capturaron varios bergantines ingleses. La presa hecha por Avendaño fue el Susana "procedente de Irlanda, con carga de manteca y caxones de lencería para Lisboa". También atracó en Bayona el San Francisco Javier, conocido como El Espadarte. Fue su capitán don Lorenzo Olveyra. El Santa Victoria, llamado asimismo La Fortuna, apresó al bergantín inglés Lord Petre, de 130 toneladas. Su cargamento se subastó en Camariñas, en concreto 700 quintales de goma arábiga y un cajón de dátiles. Su armador era don José Roura y Sola, del puerto de Vigo.

martes, 1 de abril de 2014

DISCIPLINAS Y DISCIPLINANTES




Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua española o castellana (1611), definía las disciplinas como "el manojo de cordeles con abrojuelos con que los disciplinantes se açotan". Los abrojuelos o rosetas eran piezas de hierro o de plata que guarnecían los ramales de dichos artilugios. Estos remates se sustituían, a veces, por canalones metálicos o bolas de cera mezcladas con vidrio pulverizado. Algunos, más rigurosos todavía, se mortificaban con cadenillas de hierro. San Carlos Borromeo aprobaba el uso de disciplinas como medio para compartir el sufrimiento padecido por Cristo o, como decía Covarrubias en un elegante español del XVII, "en remembrança de los açotes que Christo nuestro Señor padeció por nosotros". También se recurría a estas penitencias en las rogativas para pedir el cese de sequías, temporales, terremotos, plagas y epidemias o con motivo de las enfermedades de los reyes y otras personas reales. La práctica de disciplinarse fue muy difundida por franciscanos, dominicos y jesuitas. Desde el siglo XVI proliferaron las cofradías de disciplinantes bajo la advocación de la Veracruz vinculadas, en muchos casos, a los franciscanos. En éstas se podía ingresar como cofrade de luz -para alumbrar en las procesiones- o de sangre para  someterse a las citadas mortificaciones.

El hábito de disciplinarse fue objeto de críticas y de desconfianza. La Iglesia no veía siempre con buenos ojos -dentro de lo posible para su tiempo y sin caer en el puritanismo- las extravagancias y excesos en las manifestaciones de fe. Covarrubias reconocía el mérito de los que se disciplinaban con sincera intención religiosa pero rechazaba, sin reservas, a aquéllos que lo hacían por vanidad o presunción. Proponía, además, que los prelados y la Justicia Real expulsasen de las procesiones a los farsantes y que se les castigase con severidad  "que por ser tan notorios los excesos que se hazen no los declaro aquí, y porque se me haze vergüença". La razón es que muchos se atizaban disciplinazos no por remordimientos de conciencia sino por galantería, para quedar bien ante la amada, o para dar una imagen de tipos duros. Es probable que, ya a inicios del siglo XVIII, la figura del disciplinante se asociase a los ambientes más populares, desgarrados incluso, y que la gente de cierto viso se mantuviese a distancia de tan cruentas demostraciones de devoción real o aparente.




Con todo, y a pesar de las  restricciones y censuras ilustradas, esta costumbre se mantuvo durante el siglo XIX. Así lo recoge Mesonero Romanos 1. También lo prueba el bando publicado en Madrid, por orden de Fernando VII, en la Semana Santa de 1825. En tal disposición se prohibía "andar disciplinándose, aspado, ni en habito de penitente". Los desobedientes y sus acompañantes, "con luces o sin ellas", serían condenados a severas penas: los nobles a diez años de servicio en un presidio -un acuartelamiento, plaza o fortaleza- y 500 ducados de multa para los pobres de la Cárcel Real. Los del estado general serían obligados, durante otros diez años, a trabajar como gastadores. A esto se le sumaba la propina de doscientos azotes 2. Si el pueblo llano quería penitencias ya las tenía: pico, pala y palo. No veamos, sin embargo, modernidades donde no podía haberlas. Más que los espectáculos escasamente edificantes, quizás a la policía fernandina le preocuparía la posibilidad de que circulasen -en pleno absolutismo- grupos de encapirotados, vestidos con amplios sayales -buenos para llevar discretamente papeles subversivos y armas- y campando por las calles. Los liberales, como era sabido, se podían ocultar en cualquier rincón.

El disciplinarse no era costumbre exclusiva de los españoles. Fernández de Oviedo, en tiempos de Carlos V, escribe en las Quinquagenas de la Nobleza de España, que fue una práctica introducida por los hombres de negocios genoveses, que se flagelaban los viernes de Cuaresma y los días de Semana Santa. Bien estaba, según algunos, que los negociantes soportasen unos zurriagazos en compensación por sus logros y ganancias ilícitas. Había, además, una sólida tradición flagelante en Florencia y en Nápoles. También en Alemania donde, según Covarrubias, " huvo una secta de hereges, que llamaron los Flagelantes" que "eran grandes vellacos y borrachos: y assi los condenaron por tales". La desconfianza o el notorio rechazo de las mortificaciones tenían un marcado aire erasmista. En su Manual del caballero cristiano - el Enquiridion- al que tan aficionados eran los españoles de tiempos de Carlos V- Erasmo decía: "No me impresionan ahora tus vigilias, ayunos, horas de silencio, de oración y otras prácticas por el estilo. No creeré que vives en el espíritu si no veo los frutos del espíritu". Bien se podía aplicar esta afirmación a las formas de devoción descritas. Ahora bien, censurar con demasiada energía y sin reservas, tales ejercicios ascéticos podía resultar peligroso en los siglos XVI y XVII. Marcel Bataillon, recuerda al doctor Egidio, procesado por el Santo Oficio a mediados del quinientos, por sospechoso de luteranismo. Decía que sólo Cristo quitaba el pecado y que estas penitencias no tenían otra consecuencia que lacerar los cuerpos.

Notas
1.  Julio Puyol, "Plática de disciplinantes" en Homenaje a Bonilla y San Martín" I, 1927.
2. Diario de Madrid, miércoles 30 de marzo de 1825.