jueves, 25 de septiembre de 2014

MR. HASELDEN Y LOS BANDOLEROS

Mr. Robert Bourke

El dos de julio de 1874 una partida de bandoleros secuestró al inglés Mr. Arthur Haseldine, don Arturo Haselden para los españoles. Era administrador de la Sociedad Especial Minera del Río Grande y también de la Centenillo Silver Lead Mines Company Ltd. Estas compañías explotaban los yacimientos de plomo de El Centenillo, al norte de la provincia de Jaén, en Sierra Morena. Viajaba Haselden a Linares, por obligaciones profesionales, acompañado por un capataz y muy de mañana. Al salir de El Centenillo  fue asaltado por cuatro facinerosos, armados con escopetas, y capturado. Lo condujeron a lo más hondo de Sierra Morena y, desde allí, sus captores exigieron un rescate de 50.000 libras en oro. Otras fuentes rebajan la cifra a 30.000 libras. Tengo sobradas dudas de que los bandidos tuvieran una idea precisa de la magnitud de tal suma. Una institutriz, por ejemplo, percibía a mediados del siglo XIX  un salario de unas cincuenta libras anuales. El secuestro fue minuciosamente organizado por medio de una compleja infraestructura. Los secuestros y extorsiones eran una rentable actividad en la caótica y disparatada España del Sexenio Revolucionario. Las hambres de 1868, las partidas carlistas y unas trabadas ligas de ladrones, bandidos de todo pelaje y contrabandistas hacían del campo español un espacio peligroso. Recuerde el lector que es la época en la que Zugasti fue enviado a Córdoba para combatir con mano de hierro un bandolerismo arraigado, crónico y muy organizado, capaz de imponerse al propio Estado. En el secuestro de Haselden participaron no menos de veinte individuos, algunos de ellos muy peligrosos. Sus apodos eran  Frasquito, El Zapatero, El Colorao, El Viseño, La Leona, Joseíco, El de Bolaños y El Moraleño, entre otros. No pocos eran naturales de pueblos de Ciudad Real, en las estribaciones de Sierra Morena. No todos eran delincuentes habituales o tipos marginales sino que entre ellos se contaba, como afirma  La Época, de 19 de agosto de ese año, personas "de alguna posición", un alcalde, de Huertezuelas, conocido como Antonio (a) El Herrero, un capitán y jefe de los escopeteros de Ciudad Real, serreños y algún guarda. Haselden sufrió un cautiverio de once días y fue puesto en libertad tras el pago de un rescate de 5.800 libras que fueron reunidas por familiares y amigos. Antes de ser liberado, eso sí, el jefe de la partida puso a su disposición un guía para que lo condujese de vuelta y le devolvió el reloj, que le había robado en el momento de su captura. Con una mezcla de majeza y chulería le dijo al inglés: "Tenga, porque no está bien que un caballero viaje sin dinero". Le entregó seis libras. Remató la fineza con un "le deseo buen viaje".
     No acabó aquí todo. Haselden reclamó las 5.800 libras al Estado. Alegaba algunos precedentes al respecto como las indemnizaciones percibidas por ciudadanos británicos tras los sucesos de Cartagena. También solicitó ayuda financiera al gobierno británico. Al parecer no consiguió compensación alguna. El asunto llegó a tratarse en el Parlamento de Londres como consecuencia de una interpelación del conservador Mr. John Vance, a la que contestó el subsecretario de Exteriores, también tory, Robert Bourke. Los ladrones -serreños, manchegos o de pueblos de Jaén- no podían imaginar que las consecuencias de sus fechorías eran objeto de controversia en el corazón del Imperio Británico. Pronto hubo detenciones como queda constancia en la prensa nacional del momento. Pasados los años, Arturo Haselden llegó a conversar con los culpables sobre las circunstancias de su peligrosa y ruinosa aventura.


Sobre esta cuestión:

Asensio Muñoz, G., "Gloria e historia de las minas del Centenillo, Diario Jaén, 6-12-1955
Urquijo, Alfonso de : Los serreños. Relatos cinegéticos y camperos de Sierra Morena, Madrid 1988.
García Sánchez-Berbel, Luis, El Centenillo, 1993.
El Imparcial, 24-7-1874
La Correspondencia de España, 26-7-1874, 31-7-1874
La Iberia, 1-8-1874
La Época, 19-8-1874
La interpelación en la Cámara de los Comunes http://hansard.millbanksystems.com/commons/1874/jul/30/question-8#S3V0221P0_18740730_HOC_55

jueves, 18 de septiembre de 2014

MADRASTRAS, CRIADAS Y ENVENENADORAS

El miedo a las envenenadoras se nutría de hechos reales, rumores, supersticiones e infundios. Era un sentimiento probablemente atávico, muy arraigado en las mentalidades de ayer y no carente de una carga misógina. Puedo citar un caso, del desgraciado año de 1640, recogido en protocolos notariales giennenses. Nos da noticia de una mujer llamada Leonor González, presa en la Cárcel Real de Jaén por "la muerte de doña Francisca de Mondragón procedida de un bebediço". El envenenamiento -si se produjo- pudo ser ocasionado con la peor de las intenciones o involuntariamente, como consecuencia de algún remedio -de inciertos ingredientes- para atajar dolencias del cuerpo o del espíritu, combatir el mal de ojo u otro tipo de achaque. Los procesos contra brujas y hechiceras, llevados a cabo por tribunales eclesiásticos y, en particular, por el Santo Oficio, recogían la existencia de brebajes, filtros, polvos y otras mixturas de presuntas virtudes medicinales o mágicas. En el XIX, el espanto ante las envenenadoras se mantiene vivo a través de los pliegos de cordel. No dejaré de mencionar el largo título de uno que debió de apasionar a la gente isabelina y sobrecoger a muchos en calles y plazuelas:  La criada perversa. Triste y lamentable historia que acaeció á un caballero natural de Motril  en 28 de mayo de 1861, con una moza de servicio con la que se casó, y que por ambición dió veneno a un niño que tenia el caballero, modo milagroso por el cual se descubrió tan enorme crimen y castigo qué se impuso á tan villana muger* . Aquí la envenenadora aunaba su condición de madrastra y de criada convertida en señorona. De la mala reputación de las madrastras dan cumplida cuenta los cuentos e historias. Las criadas eran también objeto de la desconfianza general, sospechosas de todo tipo de deslealtades y maquinaciones. No faltan, al respecto, numerosas referencias en la literatura española del Siglo de Oro. Si, a estos rasgos se unía un casamiento desigual, el perfil resultante era de lo más desaconsejable.

*Imprenta de F. Sánchez, Barcelona, 1861.

viernes, 12 de septiembre de 2014

DORMIR Y SER SANTO

San Juan de Ávila escribía en una carta: "jueves y viernes es bien dormir en alguna tabla" por acompañar al Señor "que padesció en aquellos días". Defendía, sin embargo, la conveniencia de dormir una siesta para recuperar fuerzas y estar en condiciones de afrontar trabajos.También es muy valiosa la recomendación de santa Teresa de Jesús a su hermano, don Lorenzo de Cepeda, en febrero de 1577: "en el dormir vuestra merced, digo, y aun mando, que no sean menos de seis horas. Mire que es menester los que hemos ya edad llevar estos cuerpos para que no derruequen el espíritu que es terrible trabajo" y, más adelante, indicaba, por si tenía algún escrúpulo: "No piense le hace Dios poca merced en dormir tan bien que sepa es muy grande; y torno a decir que no procure que se le quite el sueño, que ya no es tiempo de eso". No eran de la misma opinión otros religiosos y devotos de vida ascética que, como penitencia, eran dados a velar o a postrarse sobre cascotes y mortificantes lechos. Era el caso de sor Martina de los Ángeles y Arilla (1573-1638) que pasaba sus noches, antes de abrazar los hábitos, en plena juventud, en " unas tablas sembradas de cascos de texas y una piedra por almohada". Decía su hagiógrafo: "con que el sueño, que se hizo para el descanso, lo tenía esta Niña penitente por su mayor tormento; pues todos los días amanecía herido, y descalabrado su delicado cuerpo". Años después, al profesar como dominica, abandonó cualquier tipo de cama, en especial cuando servía en la enfermería, y daba cabezadas, tendida en una estera sobre el suelo. Contrasta tal conducta con la actitud, más humana y realista, de santa Teresa y de san Juan de Ávila. Sabían de lo que hablaban. Fundar y predicar eran obligaciones que exigían correr muchas leguas, andar por los caminos y ser conscientes de la necesidad de restaurar los cuerpos. Aunque fuese en los insufribles jergones de alguna mala posada.

jueves, 4 de septiembre de 2014

PICADOR DESPUÉS QUE FRAILE

Hubo frailes que abandonaron el claustro para hacerse soldados y correr aventuras. No pudieron resistir la tentación de la vida arriesgada. Buena decisión, en estos casos, era abrazar el oficio de torero. Refiere el marqués de Tablantes* el caso de un fraile natural de Medina Sidonia, llamado fray Alonso Pérez que, en 1819, cambió los hábitos por la vara larga de picar. Firmó, además, una escritura con la Real Maestranza de Sevilla por la que se obligó a participar en unos festejos, montando el correspondiente jaco. Llegó tal hecho a oídos del padre corrector del convento de San Francisco de Paula de dicha ciudad que, escandalizado, no dudó en ponerlo en conocimiento del teniente de la Real Maestranza mediante un escrito, fechado el 22 de abril de dicho año, en el que censuraba con severidad al fraile taurómaco. Decía: "no puedo ni debo permitir tan gran ultraje a mi santo hábito, que él vistió y profesó". Censurable era que los clérigos fuesen a los toros pero que los picasen era ya demasiado. Aunque no llevasen el sayal. Pedía, en consecuencia, la anulación de dicho contrato "por carecer de facultades el Pérez, para disponer de su persona en tales tratos". El teniente, linajudo y circunspecto -que para eso era maestrante- replicó que "el tal Pérez" ya había empuñado la pica en Madrid y otras plazas y que, según sus noticias, "se trata de un  hombre casado y con hijos". Parece que poco pudieron hacer los franciscanos.

* Ricardo de Rojas y Solís, marqués de Tablantes y conde del Sacro Imperio, Anales de la plaza de toros de Sevilla (1730-1835), 1917