Don Manuel Muñoz Garnica nació en Úbeda en diciembre de 1821. Estaba emparentado con los marqueses de Navasequilla y con los condes de Belascoain. Fue lectoral en Jaén, se alineó con el influyente círculo integrista que rodeaba a Isabel II desde los años del Bienio Progresista. Figuró como redactor en el periódico
El Conciliador, fundado y dirigido por Balmes, también escribió en
La España, financiado por el duque de Riánsares, esposo de Doña María Cristina de Borbón. En 1849 escribió un opúsculo
Dos palabras sobre las últimas revoluciones, carta dirigida al Excmo. Sr. Marqués de Valdegamas. Destacó por sus dotes en oratoria sagrada y fue predicador en la Corte de Isabel II como capellán de honor de la Real Capilla de Palacio. En abril de 1857 pronunció un elocuente sermón en el oficio religioso celebrado en la inauguración del Hospital de la Princesa, en Madrid. Estuvieron presentes los Reyes y la Princesa de Asturias, además del Patriarca de Indias, el ministro de la Gobernación y otros personajes. Rendían honores los alabarderos y piquetes de la Infantería de Línea. Menéndez y Pelayo elogió su biografía de san Juan de la Cruz y su
Estudio sobre la elocuencia sagrada, dedicada en gran medida a los místicos españoles. La lectura de sus obras, eso sí, no es ejercicio muy ameno. Fue, además, comendador de las órdenes de Carlos III e Isabel la Católica.
Acompañó al Obispo de Jaén, Monescillo, cuando las Cortes Constituyentes de 1869. Hostil a los políticos del Sexenio Revolucionario, escribió
Sermones varios con motivo de las presentes calamidades (1872). No es aventurado pensar que, como tantos del ala más reaccionaria del moderantismo, tuviese sinceras simpatías hacia el carlismo.
La Esperanza, órgano de los leales a Don Carlos, no dejaba de dedicarle cumplidos. Muñoz Garnica sentía, además, abierta admiración por el tradicionalismo de los vascongados y desaconsejaba la supresión de sus fueros. También era de su agrado el rechazo a la modernidad que, según sus notas de viaje de 1863, percibió en las Provincias Vascas. Viajó asimismo por tierras de Bretaña.
Opuesto de manera declarada a la unificación de Italia, asunto al que dedicó varios artículos estuvo, al menos, dos veces a Roma, una de ellas como consultor teólogo en las sesiones del Concilio Vaticano I. Vivió, entre la resignación y el espanto, los años del Bienio Progresista y todo lo acaecido desde 1868. Tanto desde sus libros y su capellanía como desde su aburrido rincón provinciano -era director del Instituto de Segunda Enseñanza de Jaén- no dejó de clamar contra protestantes y liberales a los que consideraba estrecha y siniestramente asociados. Murió el 14 de febrero de 1876.