jueves, 22 de diciembre de 2016

REPIQUES, VOLTEOS Y PUÑOS DE LECHUGUILLA


Decía Paul Johnson que el sonido de las campanas era el más bello de la civilización. Es difícil negarlo. Durante siglos los campanarios de la Europa cristiana han marcado horas y oficios religiosos, anunciado victorias y desastres, nacimientos y muertes, coronaciones, procesiones, rogativas y fiestas de aldea. Las campanas, también, han guiado a los caminantes en las noches de niebla y de nieve. Es natural que hayan tenido nombre -como los cañones y los buques- y que en sus bronces se hayan grabado fechas, conjuros y jaculatorias. En las Constituciones Sinodales que en 1624 mandó hacer, para el gobierno de su diócesis, el cardenal y obispo de Jaén don Baltasar de Moscoso y Sandoval se recogen algunas disposiciones sobre las campanas y sus toques. Sospecho que buscaban imponer cierto orden tridentino en lo que era, a veces, improvisación y capricho. Correspondía a los sacristanes la obligación de tocarlas para los oficios divinos y también para "la oración a vísperas, a nublado, a la entrada del Prelado, o de otra persona por quien se deba tañer". Se prohibían expresamente los tañidos injustificados y sin causa probada. Las constituciones eran tajantes: "no tocarán las campanas en casos extraordinarios y a petición de partes" y "no repicarán las campanas a doble mayor" en Adviento y Cuaresma y sí "en la del Patrón de su iglesia o quando repicaren en la Iglesia Mayor, y en el día de la Concepción, y fiestas del Santísimo Sacramento". El toque por las Ánimas del Purgatorio sonaría después de haber anochecido. Se prohibía, además, que doblasen entre las doce del mediodía y las una de la tarde. Además, las campanas no doblarían por nadie "si no fuese por el Pontífice, ó Prelado ó por Persona Real, o por los Clérigos Beneficiados de la misma iglesia y los mismo se guarde en nuestra Iglesia Catedral". La vestimenta de los sacristanes también quedaba establecida: "hábito largo con sobrepelliz". Para evitar lindezas y dandismos barrocos se proscribían de manera tajante los "puños de lechuguillas".

( Y que con el sonido de los campanarios -y si fuese necesario con puños de lechuguillas- tengan ustedes unos días felices en estas Pascuas).
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*La ilustración corresponde a la obra de Antonio de Biedma, Arte de hacer campanas, 1630. (Biblioteca Nacional de España, CC.)

sábado, 10 de diciembre de 2016

CAPUCHINOS CARLISTAS (1834)

Entre las conspiraciones giennenses, ya sean reales o atribuidas, a favor de Don Carlos debemos reseñar la fraguada, según la prensa liberal, en el convento de Capuchinos. Los frailes de esta orden tenían cierta solera en la militancia absolutista. Declarados partidarios del Trono y del Altar, eran continuadores de la labor proselitista del beato fray Diego José de Cádiz que estuvo en Jaén, en los tiempos de la guerra contra los revolucionarios franceses. Los capuchinos de Jaén también tomaron partido, por Dios y la Monarquía, en la Guerra de la Independencia. En los combates en los combates habidos en Jaén, durante los días 1, 2 y 3 de julio de 1808, un lego capuchino llamado Pedro de Alhendín mató, con certera y serena puntería, a siete soldados franceses. Otro fraile de la misma orden, Juan Bautista de Cádiz, con su apasionada oratoria y con la cruz en la mano, convocaba a los vecinos a que, como buenos católicos y buenos españoles, resistiesen y tomasen las armas contra Napoleón.

 Ya en los días previos a la muerte de Fernando VII y en los primeros días de la Regencia defendían la causa de Don Carlos. Su entusiasmo por lo que llamaban los realistas el partido del Altísimo lo manifestaban en púlpitos y por las calles, en las que -según decían sus enemigos- pedían "la sangre y la muerte contra el partido liberal". Quizás fueran exageraciones pero parece evidente que su casa era, como decía un períodico, "el foco de las reuniones carlinas". Su ubicación, extramuros de la ciudad, permitía además un discreto trasiego de entradas y salidas, además de una fácil vía de escape en caso de necesidad. Los ánimos estaban, además, muy soliviantados por los efectos de la epidemia de cólera que se padecía en muchas partes de España atribuida por lo más inculto y encanallado del paisanaje, supersticiosamente, a la acción de los frailes, como bien señala don Antonio Pirala.

Las denuncias de las probables maquinaciones de los capuchinos hicieron que el comandante de la Provincia, don Pedro Ramírez, muy temido por la facción realista, comenzase a indagar. El diez de septiembre de 1834 mandó a los Urbanos al convento para que procediesen a su registro y a la detención de los sospechosos.  Los capuchinos fueron acusados de urdir, entre las tropas acantonadas en Jaén, un pronunciamiento "con dinero y con esperanza de ascensos". Para apoyar a los sublevados, se liberaría a 1.500 presidiarios que, dentro de una brigada, estaban trabajando en las inmediaciones.
Éstos, encuadrados en partidas, se apoderarían de los fondos públicos y particulares al tiempo que despacharían a los miembros de la milicia liberal, los mencionados Urbanos. Lo que hubiese de fantasía o de realidad en tales planes es algo que queda por demostrar. Para los liberales, el mérito del comandante Ramírez quedaba fuera de toda duda al impedir "tan inicuas maquinaciones" y "habernos salvado de los horrores con que nos amenazaba la facción sanguinaria". Ramírez apresó y envió, además, a Granada "a varios carlistas", entre los que se encontraba un exgobernador civil de Jaén, llamado Jareño, y el comandante del Resguardo de la Real Hacienda, Zabater, al que capturaron en Montoro. Quince capuchinos fueron apresados y puestos a disposición de la Justicia militar. Se les acusó de " seducción a la tropa y conspiración contra los legítimos derechos de nuestra inocente Reina Doña Isabel II". Siguió la causa el fiscal don Miguel María de Aguayo, bajo la jurisdicción del Capitán General de Andalucía y del auditor de Guerra. La prensa denunció que el proceso se seguía con excesiva lentitud con perjuicio de los inocentes y en beneficio de "los malvados para contenerlos en sus proyectos sanguinarios". En diciembre de 1834 ya habían sido sentenciados. Durante el juicio, los procesados mostraron una gran gallardía e increparon a sus acusadores. Cuatro frailes fueron desterrados a Filipinas. La prensa liberal decía: "para los Reverendos [Padres] lo mismo es vivir en Filipinas que en Jaén, pues esta gente no tiene patria ni relaciones sociales que los liguen". Otro más fue condenado a garrote, aunque se consiguió fugar. Los liberales cerraron el convento y el resto de la comunidad abandonó la ciudad.
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*El Eco del Comercio, 27-12-1834 y 23-3-1835,
Diario Balear, 2-6-1834, 21-10-1834 y 13-1-1835.
Boletín de Jaén, 9-1-1834.
La Revista Española: 17-1-1834, 17-9-1834 y 26-9-1834
Las referencias a los capuchinos durante la Guerra de la Independencia en Jaén, en López Pérez, M., y Lara Martín-Portugués, I., Jaén entre la guerra y la paz. (1808-1814), Jaen 1993.

jueves, 1 de diciembre de 2016

FRAILES CARLISTAS Y FRAILES CRISTINOS (1834)

Esta historia trata de tiempos inciertos. Los que se vivieron en 1834, al principio de la Regencia de María Cristina. España entera estaba en ascuas por la guerra civil. También en Jaén se vivía un ambiente de exaltación. La cercanía de partidas realistas en los montes cercanos contribuía a agitar los ánimos de liberales y realistas. En enero de 1834, en las inmediaciones de Pegalajar, a pocas leguas de la ciudad, se descubrió la presencia de un centenar de hombres armados afectos a la causa de Don Carlos. En mayo de 1834 los liberales denunciaron que, con la tolerancia de las autoridades, en el convento de San Juan de Dios "celebraban sus reuniones los tenidos por carlinos en la opinión pública". En aquellos primeros tiempos de la causa legitimista llamaban carlinos a los carlistas. Una parte de los frailes de San Juan de Dios, sin embargo, era declaradamente partidaria de Doña Isabel y cantaba "himnos a la Reina y alegrías de esta naturaleza" y la otra se pronunciaba por Don Carlos. El provincial de la orden en Jaén, carlista declarado, consiguió de sus superiores que los hermanos conceptuados como cristinos fuesen trasladados a otras comunidades de la Orden, fuera de la ciudad. Los frailes desplazados -cuenta un periódico- ladinamente y "muy sumisos pidieron permiso para salir a despedirse y logrado, fueron a dar cuenta a la Policía de cuanto sucedía en su casa". Una noche acudieron los liberales al convento y allí sorprendieron a un carlista llamado Camps al que encerraron "en un calabozo con un par de calcetas". El Provincial fue a parar a la Cárcel de la Corona, reservada a los clérigos. Los restantes hermanos, que allí se encontraban, fueron interrogados por las autoridades y dieron muestras, al parecer, de gran locuacidad. Fueron, además, detenidos varios personajes locales como el teniente coronel don Jerónimo Adán, que había mandado a las milicias realistas en 1823, "y otros muchos", entre los que se mencionan los nombres de Iglesias, Morejón y el secretario del Ayuntamiento, Ramírez. Enterados los liberales de que mantenían contacto con otros realistas, mandaron agentes a Bailén para que interceptasen cierta correspondencia comprometedora.