viernes, 29 de diciembre de 2017

EL AGUINALDO DE LOS INQUISIDORES

Decían que eran largos e inciertos pero los pleitos contribuían a animar los lentos días del Antiguo Régimen. Los que vivían en aquellos tiempos los iniciaban y, con mucha probabilidad, no veían en este mundo su desenlace pero eso era lo de menos. Lo mismo que se legaban títulos, mayorazgos y censos, también se heredaban, con absoluta naturalidad, pleitos. No había institución notable o familia medianamente rancia que no contase con un nutrido historial de litigios resueltos y de otros por resolver o iniciar. En las tardes de invierno, junto al brasero, se urdían posibles recursos, poderes y alegaciones, se urdían estratategias y se recordaban victorias sobre primos ambiciosos o, también, se rumiaban derrotas nunca atribuidas a la falta de razón sino a las intrigas y desidias de solicitadores y escribanos. 
Uno de estos pleitos fue el mantenido por el Tribunal del Santo Oficio de Córdoba contra el Deán y Cabildo Catedralicio de Jaén. Según la Inquisición, diferentes bulas y breves obligaban a cada una de “las yglesias catedrales y colegiales de estos dichos reynos” ceder los gajes y prebendas que disfrutaba una canonjía “para aiuda del estipendio y salario de los ynquisidores y ministros del Santo Oficio”. Los de Córdoba alegaban el mérito de tan alto tribunal por ocuparse “en cosas tan importantes y grabes como son las de la defensa de nuestra Santa Fe Catholica de que a dependido resultado y resulta la conserbación de estos Cathólicos Reynos [...] y el gozar la dicha Yglesia y las demás de España del sosiego, quietud y tranquilidad que an tenido y al presente tienen”. Justo era, pensaban, que a cambio de defender la Fe y garantizar la solidez de la Monarquía, recibiesen cierta compensación. SI bien los demandantes esgrimían razones de mucho fuste, el Deán y los canónigos de Jaén que no eran unos robaperas, no se amilanaban, daban largas y no aflojaban la bolsa. Así consta en un documento que he leído en el que no consta la fecha pero que, por la caligrafía, parece de la segunda mitad del siglo XVIII. Todo esto venía de antiguo pues el litigio se había iniciado, al menos, un siglo y medio antes, hacia 1620.

Las prebendas reclamadas eran las siguientes: el aguinaldo llamado “guantes”, que se libraba por Navidad. Este nombre, el de guantes, se daba, según el Diccionario de Autoridades, en su edición de 1734, al “agasajo que se da al artífice después de acabada la obra, después de lo ajustado”. Por estas fechas estarían todos los canónigos con sus flamantes aguinaldos a buen recaudo para mayor mortificación de los del Santo Oficio. También se exigía el pan “que llaman de Albendín” y los“carneros que se reparten el Jueves Santo y de las distribuciones del día del Corpus y su otaba “, también “lo que se segaba en Semana Santa y de los entierros a que sale el dicho Cabildo y Aniversarios de cada mes y dotaciones cargándole gastos superfluos y personales en que no deve contribuir como son medico, semanería de misas, capa y pleitos”. No era poco el valor de lo pedido que, de acuerdo con lo exigido como indemnización, correspondía a doscientos ducados por año a repartir, claro está, entre magistrados, oficiales, familiares y demás dependientes del Santo Oficio. Respecto a las reses, en el manuscrito, se precisa que eran “los carneros que llaman estremeños” o “diezmo del ganado merino”, asunto ya tratado en alguna ocasión en Retablo de la Vida Antigua.

viernes, 22 de diciembre de 2017

PASTORES DE BELÉN Y DE CASTILLA



Don Manuel del Río, hermano de la Mesta, en su Vida pastoril (1828) afirmaba de manera rotunda: "los sorianos, que son mucho más antiguos en el pastoreo que los montañeses, gobiernan un rebaño en los caminos con sólo cuatro pastores, que denominan rabadán, zagal, ayudador y rapaz: este último es el que los trashumantes llaman zagal, nombre que viene desde la más remota antigüedad, como lo atestigua la misma Escritura cuando dice que los zagales y zagalas bailaron en el Nacimiento de Nuestro Redentor". Precisa, además, que “el zagal es el que cuida del hato de los pastores y de las yeguas”. 
Zagales, zagalas y zagalejos aparecían en los villancicos que se cantaban al llegar la Navidad en los siglos XVII y XVIII. Los que, sentados en los bancos de las iglesias, escuchaban estas composiciones no dejarían de relacionar a los venerables pastores de Belén con los que ellos conocían por haberlos visto guardar una punta de ganado en los ejidos y dehesas de sus concejos o pasar, al frente de imponentes rebaños, por las viejas cañadas y veredas. Los imaginarían en las majadas heladas, refugiados en los chozos, envueltos en las pellicas, atemorizados por la llamada del ángel, entre ladridos de mastines y careas, abrigados con zamarras , varas de fresno y avellano en mano, guarnecidos de morral, honda y cachicuernos. España era, entonces, un reino de pastores, cuando las lanas mesteñas llegaban desde los esquileos castellanos a los lejanos puertos del norte y las ovejas señoreaban los caminos de la Mesta. El pastoreo conformó, y así lo dejó escrito Ramón Carande, mucho de la mentalidad y de las inclinaciones de los españoles de siglos pasados.
Los villancicos de los siglos XVII y XVIII, escritos e interpretados en las Pascuas, aportan valiosos datos para conocer la España real de aquellos años. En la Navidad de 1666, en la Catedral de Granada, se hizo en un villancico una apología del campo y de las labranzas acorde con el pensamiento agrarista tan apreciado por aquellos años: “Labradores de estos campos / montañeses de Belén / que con el blanco pellico / adornays la candidez/ fieles agricultores/ a cuyo sudor fiel/ más que a la lluvia crece/ la agradecida mies”. En otro villancico, el portal de Belén es una “Casa de pan” –molino, tahona o pósito- y el Niño Jesús un molinero a lo divino. El mal dormir de los pastores se describe en el compuesto para La Encarnación en el Madrid de 1676: “Estaba la noche vestida de yelo / de paz el ganado/ de batalla el viento / unos pastorcillos/ dormían atentos/ porque no les robe/ cuidados el sueño”. La buena condición de las gentes del campo – creencia indiscutida para los que abominaban de la vida urbana y cortesana- se recogía en los escritos para la Catedral de Toledo, para las Pascuas de 1648, cuando la sencillez de los pastores fue premiada con el más alto honor: adorar a Cristo en el pesebre. La luz de la estrella de Oriente es confundida por otros pastores, según los villancicos interpretados en la Catedral de Jaén en 1753, con un incendio en el monte: “Pastores, zagales / al valle bajad/ ¿Quién ha echado lumbre/ sobre aquel portal/ a talar el monte/ la cumbre cortad […] el Cielo sobre la Tierra/ nevando luces está”. Regocijados por el nacimiento del Mesías, las zagalas hacían rancho y corro según otro villancico cantado en la Catedral de Sevilla en la Navidad de 1751. A veces los pastores cantaban seguidillas- acompañados de sonajas, tejuelas, rabeles y castañuelas- jugaban a las damas en un tablero confeccionado por san José o asistían a los jocosos diálogos del buey y la mula. De migas se habla en los villancicos de la Catedral de Toledo en 1656, de migas con torreznos en los de la Real Capilla de la Encarnación de Madrid. En otros, del pan y la cebolla de los duros labriegos, del turrón, las grageas –confitura muy menuda y delicada- los mazapanes, la miel y el chocolate. La España barroca era, al menos en esas fechas, como un nacimiento.

____________________________
*Publicado en diciembre de 2014 en Neupic.

domingo, 17 de diciembre de 2017

JESUITAS, MISAS Y PRESOS (1760)

Entre las muchas obligaciones asumidas por la Compañía de Jesús estaba la de visitar y asistir a los presos. Es, en este caso, obligado recordar la abnegada trayectoria del padre Pedro de León en la opulenta y peligrosa Sevilla de los siglos XVI y XVII. Hombre abnegado y de gran fortaleza, acompañó al patíbulo a más de trescientos condenados. Otra muestra de esta labor, aunque más modesta, fue la realizada por los padres de la Compañía de Jesús en Jaén. En enero de 1760* unos jesuitas se presentaron ante el Cabildo municipal de Jaén para dar cuenta, ante los caballeros veinticuatro, del abandono que sufrían los presos de la Cárcel Real. Así, afirmaron que los encarcelados: 

“se quedan sin misas los domingos y otros días de fiesta, por falta de las limosnas y caudal, en gran perjuicio de sus conciencias y deseando con la obligación que tiene [el Cabildo] procurar buscarles su alivio, acuda a la protección, y aunque de Vuestra Señoría se suplica sea servido, se obligue dar algun arbitrio para la fija y estable permanencia de dicha misa en los días festibos, para que los pobres tengan el cristiano consuelo de oirla y adoren al Sacramentado Dueño y pedirle favor y aiuda en su tribulación”.  

Las arcas concejiles siempre estuvieron a dos velas y sin dotación no había misas. Es evidente que siempre podremos preguntarnos cuál sería la razón por la que los propios jesuitas no asumían, sin estipendio alguno, tal obligación. Es posible que la Cárcel Real tuviese ya un capellán asignado y que este nombramiento impidiese la intervención de la Compañía. Es también probable que contasen con enemigos dentro del gobierno municipal. Este desamparo en lo religioso nos hace suponer, sin arriesgadas conjeturas, que el grado de abandono al que estarían sometidos los reclusos -contrabandistas, vagos, ladrones y demás hampa goyesca- debía de ser espantoso. No era una situación nueva. 
___________________________

*Archivo Municipal de Jaén, Actas del Cabildo municipal, 14-1-1760.

viernes, 8 de diciembre de 2017

UN ROMANCE INMACULISTA DEL SIGLO XVII


Lázaro Díaz era natural de Sevilla, fue amigo del poeta Sebastián del Alcázar y escribió un romance titulado Nacimiento y prosapia de la Santissima Virgen Maria, y reto que haze con su limpia Concepcion  a todo el Infierno, y al pecado Original. Fue editado en Baeza, ciudad universitaria e inmaculista, por Pedro de la Torre, en 1615. Se inicia la obra con el nacimiento de la Virgen -“entre los tiernos pucheros / y los sollozos que da vierten perlas sus cristales”- y la especial mención de su empresa: retar al Demonio y a los infiernos. Este planteamiento tan valiente tenía que ser muy del gusto de aquellos españoles del siglo XVII que -incluidos los menestrales- ceñían espada en sus paseos por las plazuelas. La composición habla de un mundo que es el suyo, de una manera sencilla, con sequedad castellana, sin mayores complicaciones ni sutilezas doctrinales. Las referencias militares y belicosas son muy frecuentes. 

La Virgen María es torre del homenaje desde la que se atalayan los movimientos de los diablos, organizados en cuadrilla. Al ser la Madre de Dios es también “Alcaçar perenne / que ospeda a su magestad / por donde sus cortesanos / pueda en su Reyno hospedar”. En declarada defensa de la Contrarreforma, se hace una apología de las órdenes religiosas, la primera trinchera contra los herejes “para que de su Yglesia / ladrones lobos salgays”. Califica a santo Domingo como “un perro de muestra de la fe” con cuyas crías y desde sus púlpitos “donde puedan al arma tocar / Y quando las altas caxas / oygan el tantarantan / mil católicos exércitos/ se an de venir a juntar”. 


El Demonio es el “Rey del centro oscuro”, que gobierna “la infernal caberna del Reyno de la obscuridad”, entre “cóncavas obscuras” de llamas, aguas cenagosas, humos y alquitrán. Es también muy detallada la descripción del linaje de la Virgen, de hecho el título menciona la prosapia de su origen. Así Nuestra Señora afirma: “soy por linia decendiente del antiguo Padre Adan”, como si se tratase de un memorial o de una probanza de hidalguía. Culmina el romance con el reto que reproduzco para su lectura. Es como una aventura peligrosa de libro de caballerías. 





Al final, criatura recién nacida al fin y al cabo, “la niña descansa un poco / y al pecho dormido se  a / en tanto que llega el día / que tiene de batallar”.

(Las imágenes: Biblioteca Nacional de España, Creative Commons).